La Cabrera y cierra España

Durante muchos siglos ese pueblo fue conocido, por sus vecinos y por los de toda la comarca, con un nombre muy concreto. Un nombre guapo, único, restallante, un nombre que condensa en sus ocho letras la memoria y la historia, un nombre que sabe a laberinto de montes, manteca y losa, a alto castro, a niebla y a esforzada lucha contra el espacio y el tiempo bajo un único y redondo horizonte: el de la supervivencia. Hace unos años, el municipio decidió recuperar aquel nombre que lo dice todo —liberarlo del silencio, de la invisibilidad pública— y añadirlo a la denominación en castellano en los carteles de entrada y salida del lugar.

Acabo de ver una foto en el que alguien ha tachado —más que eso, ha raspado, acribillado el metal con saña— el nombre popular del cartel y ha escrito encima, a modo de lema, credo, advertencia o justificación, «viva España». Ay.

Debemos darle las gracias a ese justiciero anónimo por abrirnos los ojos. Muchas gracias, capitán. No sabíamos que las costuras de este país empezarían a abrirse por la Cabrera, por ese rincón mudo, pacífico, olvidado de (casi) todos. No sabíamos que exhibir el nombre tradicional de un pueblo cabreirés, el que se ha venido usando por más tiempo que el ‘oficial’, constituía una seria amenaza para la integridad de ese mismo Estado que, a través de sus diversas instancias, ha venido marginando sistemáticamente a la Cabrera hasta dejarla a los pies de la incuria, de los incendios y del abandono absoluto. Es digno de estudiar la clase de tortuosidad mental que llega a enlazar riqueza y diversidad lingüística y cultural con cismas y terrorismos; es asombroso el modo en que ciertas personas sólo entienden España de un modo monolítico, uniforme, aburrido y completamente injusto con su multiformidad. Si esa España es la única posible, yo también le doy al botón de parada solicitada.

Si esa tachadura absurda y delictiva la ha hecho alguien de fuera, le invito a que conozca mejor esta espectacular comarca y sepa que aún conserva un tipo de leonés hermoso y exclusivo, todo un tesoro filológico a decir de los expertos. Si es alguien de dentro, el asunto ya es más penoso. Quien desprecia su propia cultura se desprecia a sí mismo, se desnaturaliza, se descasta. Y así, con esa mentalidad de pueblo colonizado, de esclavo útil, de tierra carente de orgullo y de dignidad, podrán hacer de nosotros lo que quieran. De hecho, ya lo están haciendo.

Invitados quedan a visitar Truchas/ Trueitas y a hacerse una foto con su cartel.