Diario de León
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cuerpo a tierra antonio manilla
León

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El europeo, como cualquier otro ser civilizado, retrocede ante los argumentos; en cambio, el español, ataca. Responde con la fuerza a la razón. Llevarnos la contraria es el mejor modo de provocar nuestra embestida, aun sin tener argumentos y saberlo. Somos dignos habitantes de esta piel de toro. Las melindres y conquistas de la diplomacia decididamente no están hechas para nosotros. Somos un pueblo infantil, entendiendo por tal que aspira a que se haga su voluntad siempre, con razón, sin razón y contra ella. De una «neciedumbre» a toda prueba. Y airado. El escritor chileno Roberto Bolaño, que vivió entre nosotros, se declaraba capaz de detectar al instante cualquier tipo de música que fuera española. Decía reconocerla por la ira.

Muestras de esa iracunda forma de ser y estar en el mundo las hay por todas partes. Últimamente, por ejemplo, a mí me parece que han emergido con mucha intensidad en las redes sociales a raíz del asesinato de la profesora Laura Luelmo. Razones existían para denostar tan execrable acción. Pero de ahí a leer las cosas que se han escrito sobre los hombres, en general, hay un largo trecho. Bernardo Montoya, su asesino, era hombre. Y español. Y gitano. Era, sobre todo, el asesino confeso de Laura. Un malnacido y un cobarde. No todos los varones gitanos, ni los españoles, ni los hombres en general son malnacidos, cobardes y asesinos. Casi nadie lo es, sea cual sea su sexo, nacionalidad o etnia, porque el asesinato es un hecho por naturaleza anómalo, siempre excepcional. Cierto es que algunos hombres matan a mujeres (y una ya sería demasiadas), pero no lo es menos que también son hombres los que asesinan a hombres e incluso que los hombres se matan a sí mismos más que las mujeres. Es tan fácil y tan cansado a la vez rebatir ciertos discursos de género —a la par que peligroso, porque rápido le tildan a uno como poco de machista leninista—, como difícil e inasumible intentar tan siquiera digerir las cifras de mujeres asesinadas cada año en nuestro país —sin que te califiquen de feminazi—.

De este encono y neciedumbre, de la recia necedad patria que usa la cabeza para embestir antes que para pensar, con las emociones a flor de piel, se nutren los ultrapopulismos. Y a veces se promueven leyes que, dictadas por una comprensible ira momentánea, pueden llegar a aprobarse. Aunque sean necias.

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