Diario de León

AL TRASLUZ

Más allá del declive

León

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Siempre hay alguien al que le pareces viejo, ¿acaso el niño de tres años no considera a su hermano de siete un Matusalén? Luego, claro, está lo incuestionable: hay quien no tiene pasado, sino pasados. A sus vitales 88 años, Eastwood ha vuelto a regalarnos una bella película sobre el declive físico y la redención a través del amor. En Mula interpreta a un nonagenario, que para salir de sus apuros económicos empieza a hacer de correo para un cártel mexicano de la droga. La historia, dirigida por él, está basada en un suceso real, aunque no le interesa tanto contarnos una tardía actividad delictiva como una toma de conciencia acerca de cómo ha malgastado el amor recibido, al poner el trabajo —y a él mismo— por encima de todo. No trata de los beneficios del deporte para la tercera edad o de las ventajas de la alimentación sana, sino de un último aprendizaje antes de partir. Al final, vemos a su personaje caminar encorvado hasta salir de la pantalla, mientras escuchamos una balada de Toby Keith: Don’t let old man in (No dejes entrar al viejo). Cuando este le preguntó a Eastwood en qué proyecto andaba le dijo: «Me levanto cada día e intento no dejar entrar al viejo». Consciente de que lo inevitable asoma por el horizonte, nos cuenta la variante de un tema que ya es como su tatuaje: la expiación del daño a los seres queridos. Cómo en otras de sus películas, pero ahora es respuesta personal a eso que le que merodea ahí fuera y que él se niega a dejarlo entrar. Aún no.

En León, ha comenzado el congreso Carlos V y su tiempo. A los leoneses el emperador nos observa desde su medallón de piedra en la portada de San Marcos. En 1555, abdicó por sorpresa en su hijo, Felipe II, para recluirse en el sobrio monasterio de Yuste, en Ávila. Dejó que su vejez entrase. Quería morir a solas y escuchando el trinar de los pájaros. Falleció tres años después.

No todos los héroes del cine llevan capa, Eastwood no la lleva. Y sí, siempre habrá alguien al que le parezcas viejo. Lo que importa es que cuando te mires al espejo reconozcas —más allá del declive— destellos del niño que fuiste y del adulto que querías ser. Y todavía estés abierto al aprendizaje de una última lección, redentora de errores.

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