Diario de León
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ernesto escapa
León

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Situados en la antesala del año jacobeo anhelado durante un lustro, resulta evidente que Sahagún debiera ser el próximo destino de la exposición itinerante Las Edades del Hombre, que estos días se muestra en tres sedes de la villa de Lerma. El tirón jacobeo orientará las sucesivas ediciones de las Edades, pero en la pugna, además de Sahagún, se encuentran Carrión, Villasirga, Frómista y Castrojeriz. La ciudad mudéjar del Cea, con sus templos de la Peregrina, san Tirso y san Lorenzo, más el recurso museístico del monasterio de las benedictinas, debiera encabezar esta ronda jacobea de las Edades del Hombre. Y servirnos como llamada de atención hacia la muestra actual en la villa barroca de Lerma.

Las Edades supone una ocasión magnífica para descubrir o volver a esta villa del Arlanza, que alza sobre un teso el delirio de grandeza de su duque, quien quiso emular allí el legado de Felipe II en El Escorial. Las dos décadas de su privanza con Felipe III convirtieron al pueblo medieval en un escenario de ensueño. Sus calles empinadas y su inmensa plaza se poblaron de edificios imponentes para albergar los fastos y excesos de aquella corte imperial. Además de lujos arquitectónicos, llegó a contar con un conjunto de jardines, estanques, huertas, ermitas y alamedas enclavado entre el embarcadero del río y el cerro.

Este patrimonio vegetal se ha perdido, como se esfumaron otros alardes efímeros. La entrada más noble sigue pasando por el arco de la Cárcel, en la plaza de los Mesones, de donde parte la subida a la plaza por la calle Mayor. Las idas y venidas de la Corte entre Madrid y Valladolid habían supuesto un auténtico pelotazo para las arcas del duque. Así que traslada junto al Arlanza a los mejores arquitectos y artistas de la época, que colocan en las fachadas palaciegas y conventuales las mismas armas que se repiten en la iglesia isabelina de San Pablo en Valladolid: la banda de los Sandoval y las cinco estrellas de los Rojas cobijadas por festones de laurel.

El palacio ducal herreriano, rescatado de la ruina y convertido en Parador de Turismo, preside la plaza mayor de Lerma. A su derecha, el convento de San Blas. Desde su recinto, por la calle del Toril, se llega a la plaza del Mercado, con un templete en medio, y a través de la calle Corta, a la del Barco y a su prolongación del Barquillo, que concluye en el convento de Santo Domingo. Este dédalo de callejuelas ofrece un repertorio de tabernas y rincones de magnífico tipismo. La calle del Barco alinea preciosas portadas nobiliarias y cruza la Mayor hacia el cogollo monumental de San Juan y Santa Clara, entre los que discurre el paseo de los Arcos abierto al soto del Arlanza, que un Alberti enamorado bautizó como balcón del frío.

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