Diario de León
Publicado por
Manuel Garrido | Escritor
León

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En 2016 publicó La Cabrera Alta. Paraíso del patrimonio natural y cultural. El título acoge en un volumen de gran formato y 300 páginas un contenido de tal envergadura que al cerrarlo se impone una conclusión: Esto es lo que hay, todo lo que hay. Y en sep tiembre de 2019 salió su libro sobre el accidente ferroviario ocurrido en la estación de Torre del Bierzo el 3 de enero de 1944. Es aún más voluminoso que el anterior y sus 600 páginas dan cabida a una ingente cantidad de datos, que rescatan el famoso acci­ dente del territorio difuso de la leyenda y lo sitúan en el terreno tremendo, pero mensu­ rable, de la catástrofe que fue. Y este es su título: La verdad sobre el accidente ferro­ viario de Torre del Bierzo (1944). Puede parecer atrevido y el autor mismo lo recono ce. Yo hubiera dicho y digo mi impresión al modo de D. Quijote: Así es la verdad.

Pero digamos el nombre de su autor: Vicente Fernández Vázquez, natural de Cacabelos, catedrático y profesor de Historia en varios institutos, el Gil y Carrasco de Ponferrada el último, donde se jubiló como docente funcionario, pero ni mucho menos como investigador y escritor, según demuestran estos dos libros. 

El primero cuaja una larga investigación sobre el patrimonio arquitectónico de la Ca­brera Alta, el religioso absolutamente predominante, junto a ese singular ejemplo de construcción militar que es el castillo de Peña Ramiro en Truchas. Es coautor el catedrático Gaspar Fernández San Elías, cuya disección en cortes planimétricos permite apreciar las construcciones, así verdaderamente deconstruidas, con todos los matices de su riqueza. El libro pues reseña todas las iglesias parroquiales, más las ermitas y santuarios, 20 iglesias en total, con su descripción pormenorizada en la que se incluyen imágenes, custodias, retablos y demás objetos, su historia documentada y valoración ponderada. Solo por dar una idea: los trece capítulos dedicados a las iglesias de los trece pueblos suman la friolera de 349 notas al texto. No me resisto a mencionar una de ellas, la número trece al capítulo dedicado a La Cuesta. La iglesia cuenta con una talla de la Asunción, que es la mejor de Cabrera según la opinión autorizada de Severino Carbajo, el pintor y restaurador radicado en Truchillas, autor de la restauración de 1994. Ya por cierto a finales del XVIII el entonces párroco, de nombre tan poco común por estos lares como Baltasar Carlos, se había referido a ella como “sin segunda en esta Cabrera”. La imagen está flanqueada por seis ángeles, tres a cada lado, que en simetría de alturas la acompañan en el vuelo ascendente. En esa nota 13 se re­ producen unas palabras de ese mismo Baltasar Carlos, escritas en el libro correspondiente en este tono desenfadado: “… con sus seis angelotes bien gorditos sin comer subiéndola al cielo, y en mis siete años no han caminado un átomo”.

El segundo libro sobre el accidente de Torre tiene una importancia definitiva en particular para los pueblos y gentes de esta zona del Bierzo Alto con centro en Torre. Han pasado 76 años desde aquel día de enero a la 1:15 de la tarde, cuando un tren correo impactó por alcance dentro del túnel a pocos metros de la estación con otro tren maniobra con tres vagones de carbón y a continuación se estrelló contra dos de los vagones que descarrilaron y taponaron el túnel. La máquina despedida por el lado contrario chocó a su vez con un mercancías con 27 vagones. La súbita y mortal oscuridad del túnel tras la explosión, verdaderamente “nuclear”, se prolongó interminablemente hasta acabar en un rumor lejano, mezcla de realidad y leyenda en equilibrio dudoso, de estrépito de máquinas destrozadas, gritos, quejas, llamadas, humo, olor a carne quema­ da, fajos de billetes ardiendo, noticias clandestinas de saqueos, con la nota mortal en escala ascendente: 55 muertos, 100, 200, 500, 800; o “quién sabe si no fueron más”, se murmuró también.

Setenta y seis años después el profesor tranquilo y sonriente, ha vuelto, doblado en investigador serio y concienzudo, a los datos disponibles en los archivos, poco o nada trabajados algunos y el más importante nunca consultado, única forma de su­jetar los hechos fugitivos, desbocados en la leyenda y a merced de la frágil me­moria. Así es como remató un trabajo formidable que nos permite saberlo todo del tren que salió de Madrid: coches, locomotora, número de viajeros, qué asientos ocupaban, dónde estaban en el momento del choque, la lu­cha frenética de los ferroviarios por detener el tren; el trayecto en ese escenario de la gran obra que permitió salvar el desnivel del Manzanal, causas, etc. Sobre todo fija con seguridad el número de víctimas y leemos con emoción ese apartado que es como una ofrenda a las víctimas, por fin nombradas una a una, y que rotula Cien bio­grafías para un escenario de muerte, con su cronología, pertenencias, equipaje, familia, etc., entre las que está la niña que el forense describe “como de unos cuatro años”, rubia, con abri­go azul y vestido rosa, camisa azul, calcetines blancos, un lazo en el pelo. El libro es un jaque a esa verdad que campea en el título, diría incluso un jaque mate, si la historia fuera un tablero cuadriculado en blanco y negro. Dejémoslo pues en aproximación definitiva y concluyamos con este calificativo para el libro, los libros, el autor: Monumental.

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