Diario de León
Publicado por
José María Merino, escritor y académico de la RAE
León

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León es León, señoras y señores. Mas ¿por qué esta verdad geográfica, sociológica, cultural, históricamente milenaria... parece haberse convertido en uno de los grandes problemas de España, a la altura del ‘proceso’ catalán?

A los pocos días de que trascendiese la aspiración leonesa a recuperar su identidad territorial, un amigo aragonés me preguntó, perplejo: «¿Por qué queréis ser independientes?», y en la pregunta vislumbré unos motivos oscuros, nacidos en ciertos medios de comunicación y de los que él no era consciente ni responsable...

Le respondí que, como leoneses, no queremos separarnos de España, que nos sentimos profundamente españoles, y en ese sentido hermanos de los asturianos, gallegos, aragoneses, valencianos, andaluces, castellanos, extremeños, manchegos... y de todos cuantos componen la variada progenie de esta nación tan caracterizada por su sorprendente y venturosa diversidad en tantos aspectos...

Es más, yo me siento también ibérico, y echo mucho de menos la voluntad política de establecer lazos más firmes con nuestra también fraterna Portugal, el territorio totalmente atlántico de «el pequeño continente» —un espacio telúrico único en el planeta— que conforma nuestra península.

El caso es que no puedo comprender qué grave problema puede suponer para el resto de esta España que, como dice el himno leonés, no existiría si no hubiese estado el Viejo Reino en sus orígenes, la pretensión de administrarse desde una autonomía propia, tras tantos años de un centralismo brutal, mucho más estricto y rígido que el franquista, y que ha supuesto para León su desmantelamiento institucional y empresarial, una despoblación salvaje, con el envejecimiento de los habitantes que sobreviven, y una descomposición de su memoria histórica...

¿Cuál es la razón para que en diversos espacios, tanto políticos como periodísticos —impregnados estos de lo político, naturalmente— se haya abordado el asunto con firme rechazo y hasta siniestra y abyecta burla?

La verdad es que, desde una perspectiva en la que predominen la lógica formal y el sentido común, no se pueden entender tales reacciones, a no ser que pretendan ocultar sórdidos —y jugosos— beneficios... Pues ¿en qué puede afectar a los intereses nacionales el que, desde una indiscutible conciencia española, la más venerable comunidad histórica del país, cuya imagen simbólica ocupa la cuarta parte del escudo nacional, pretenda administrarse por sí sola, abandonando una adscripción que solo le ha traído empobrecimiento y deterioro en todos los aspectos?

Aporta al patrimonio colectivo, entre otras cosas, además de la intervención del Camino de Santiago, por ejemplo, el haber sido el espacio pionero en el reconocimiento de los inicios del parlamentarismo

Un León con identidad propia, visible, diferenciada, dentro de los territorios hermanos de España, aporta precisamente al patrimonio colectivo, entre otras cosas, además de la invención del Camino de Santiago, por ejemplo, el haber sido el espacio pionero en el reconocimiento de los inicios del parlamentarismo. ¿No es eso un valor que nos enriquece a todos, españoles y europeos?

Este año, en el que conmemoramos el fallecimiento de Benito Pérez Galdós, el escritor más grande de nuestra historia con Miguel de Cervantes, hay que recordar su genial mirada de lo español para darse cuenta de que en nuestro tiempo, como en el suyo: «La moral política es como una capa con tantos remiendos, que no se sabe ya cuál es el paño primitivo», como él dijo.

Porque tan exagerado escándalo y tanta burla, además, parecen desconocer las condiciones complejísimas en las que llegó a configurarse la llamada Comunidad Autónoma de Castilla y León, con la radical separación de Castilla y constitución de autonomías propias por parte de Logroño —hoy la Rioja— y de Santander —hoy Cantabria—, y la reticencia de Segovia, que pasó por el Tribunal Constitucional.

¿Por qué la segregación de Logroño y de Santander resultaron «naturales» y las pretensiones de autogobierno de Segovia no constituyeron ningún grave problema nacional ni fueron motivo de befa y escarnio por parte de ningún periodista o escritor? ¿No será que, tras los fervientes deseos de que León no consiguiese su autonomía —provincial o regional, para mí la provincia que no quiera desvincularse que se quede como está— hay un acuciante deseo de ese «matar al padre» que Sigmund Freud analizó con tanta finura?

El caso es que también León vivió peripecias judiciales en el asunto. Aunque nadie quiera recordarlo, en su sesión del 13 de enero de 1983 la Diputación Provincial de León se mostró contraria a la integración en la citada comunidad, y propicia a la creación de un ente autonómico conformado por su propia provincia, y a su acuerdo se sumaron numerosos municipios, lo que llevó a un recurso de inconstitucionalidad del estatuto, por parte de la diputación, ante el Tribunal Constitucional, con el apoyo de 53 senadores.

La sentencia del Tribunal Constitucional de 29 de septiembre de 1984, sobre la Ley Orgánica del Estatuto de Castilla y León, aunque reconoció la comunidad castellanoleonesa —pues los trámites para su formación ya llevaban tiempo en marcha— también señaló lo siguiente:

«Con ello queda dicho asimismo que la presente sentencia no puede pronunciarse sobre el problema de si la provincia de León puede o no segregarse, ahora o en el futuro, de la Comunidad Autónoma a la que pertenece en la actualidad, ni tampoco sobre cuál sería la vía a través de la cual podría alcanzar tal objetivo» (...) «La cuestión de lo que la provincia de León pueda pretender en el futuro no guarda relación alguna con este concreto problema».

O sea, que ese escándalo sobre la gravedad-ridiculez de las pretensiones leonesas, supuesto importante problema de España, es resultado de una gigantesca, siniestra, miserable manipulación. Una manipulación constante, ominosa, de una memoria que nos pertenece a todos los españoles, y que se refleja hasta en algo en principio tan inocuo como las llamadas «denominaciones de origen»...

Pero se pongan como se pongan quienes pretenden seguir ocultando nuestra identidad y nuestra presencia en la personalidad española, ¡León es León! ¡Y lo seguirá siendo!

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