Diario de León
Publicado por
Afrodísio Ferrero Pérez, abogado y periodista
León

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El lenguaje poético tiene distintos niveles de expresión en relación más o menos directa con el objeto al que simboliza. Así al recibir el poemario de Isidoro Alvarez Sacristán, me he tropezado con una acepción mística del lenguaje en Los canecillos de Corullón (Edilesa, León-2019), dónde el arte se hace piedra mediante las efigies de los pequeños canecillos que sujetan la techumbre de San Miguel y San Esteban. A medida que avanzo en su lectura, viene a mi memoria el recuerdo de aquel berciano trabajador, honrado, bueno, siempre amarrado a su publicación Aquiana, hoy desaparecida. Entonces nos tenía informados de lo humano y lo divino del Bierzo, y especialmente de lo cultural y que iba abriendo camino al conocimiento de la comarca sobe todo en lo literario, convertido en clave esencial del aspecto creativo del lenguaje. Me refiero a Ignacio Fidalgo, que ahora se halla en el mundo celestial, como él mismo solía decir y que me acompaño en una visita a Corullón y Villafranca del Bierzo.

Es en este entorno, y a muy pocos kilómetros de la villa francorum, donde se ubican los templos de San Miguel y San Esteban, de un estilo románico rural, en los que sobresalen, por su gran belleza, los canecillos que recogen el universo místico y cultural de la época y entroncan con el carácter iniciático del camino de las estrellas, presidido por la Osa Mayor, que suponía un peregrinaje de elevación. En este sentido los canecillos con sus seres fantásticos, aves, cabezas de animales y escenas obscenas que guiaban a la perfección moral y al acceso al conocimiento, en mayor o menor medida y relacionadas con la ruta iniciática que suponía el camino de Santiago para moldear las conciencias.

Los poemas de Álvarez Sacristán confluyen con el ingenio creador de los canteros para ofrecernos un lenguaje poético con dimensión mística

Y, tal vez por ello, la espiritualidad es lo que transciende en esta obra, reducida de tamaño, pero no de saberes que alcanzan la mística de la existencia y que llega hasta nosotros desde los canecillos, hijos de la cantería hasta el espíritu, en permanente camino de perfección.

Se agradece que haya buscado, desde su introspección, una denominación para algunos de ellos: Espaldas, Devorador, Pensar, Casi virgen, Maternidad, Voz de Piedra, Volador, entre otros, hasta alcanzar los treinta. Aunque algunos de ellos permanecen olvidados, ocultos a la mirada del poeta, puesto que no dieron el salto para establecer el mensaje místico que ahora nos conmueve en San Esteban y San Miguel, que quizás duermen su sueño de siglos hasta que el poeta vuelva para traerlos de nuevo hasta nosotros haciéndonos escuchar su historia guardada en el duro sueño de la piedra: «Piedra eterna con firmas maestras, anilladas en las manos exquisitas y culturales de lo popular», la piedra que toma vida como cantó Pablo Neruda: «Por eso la piedra se hizo mística, elevó sus delgadas estatuas, y se levantó para gritar o cantar».

Aunque los clásicos han tratado la relación entre la palabra y las cosas, sin obtener una fórmula precisa, en el camino de Platón que buscaba una teoría para perfeccionar el lenguaje, y así iluminar la realidad, cada poeta emprende este camino. Nuestro poeta, Álvarez Sacristán, transciende por el camino de la mística. En primer lugar, los nomina, para arrancarlos de su sueño y despertarlos a la vida. Así Espaldas, nos dice: «Que pesado techo, que me aplasta, qué soporte divinal y estoico. Es el ser que asusta su misión y quien le esculpe/hace su trabajo ante la ménsula, obediente/acaso silenciar al peregrino». A su lado Devorador, sin escucharle, comenta susurrante su lamento: «Un animal de Dios que reza fuera/a la luz del templo; una oración erguida hacia el tejado/ de los ángeles…» así una y otra cabeza cuchichean sin despertar las otras piedras, monólogos seculares de silencios. Y es entonces cuando Casi Virgen escucha: «Asomas como virgen exultante, /como un arco de amor entre tus manos, / como la luz es tu cara tan brillante/al alumbrar el sol de los cristianos…La llama del fervor y los honores. / Es sangre medular que así naciera/l ritmo del cincel y talladores».

Entre las figuras destaca la más perfectamente tallada el Barbudo: «Un señor de la barba y del icono/ que se hizo esculpir tan reflexivo, / arreglado, tan limpio y tremolante / como u n siervo observador/ en la azotea. Peinado para bailar la verbena en la cornisa/ entre canciones de la logia y las dovelas». Imagen que guarda similitud con tallas de la Catedral de Santiago. Otros canecillos de temática obscena y moralizantes preparan el camino del abandono de lo terrenal para la ascensión del alma. Estas joyas de piedra prisioneras del templo de San Miguel: «Oh Señor del misticismo, templo de serenidad del santuario. ¡Un Placer contemplar la eternidad de las figuras! Que hacían cantar al caminante/ y salmodiar las notas de la escolanía». Del santuario de san Esteban: «Templo de los dioses/ y del pueblo/ Cartuja del metacosmos y el rural/ taller de logias y aprendices. / Símbolo de Corullón y de su Bierzo». Hay que destacar la belleza de su lenguaje poético, su calidad creativa que alcanza la esencia de lo bello que es brillar. Tiene razón Alfonso García (Diario de León 1/3/20) que nos dice sobre la obra de este autor leonés que: «Esprende originalidad y hermosura, en que la belleza en sí de los canecillos —situados en los tejados de Dios— tan diversos y atractivos, da sustento a los textos, que con ellos tienen su hilo conductor, y están llenos de fuerza expresiva y vitalidad». En resumen, los poemas de Álvarez Sacristán confluyen con el ingenio creador de los canteros para ofrecernos un lenguaje poético con dimensión mística.

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