La solución es el vacío

N su admirable cabalgada hacia la claridad moral, el presidente George de Texas ha afinado un poco más su ideario. Para evitar los incendios forestales, lo mejor es talar los árboles antes de que se incendien. En otro orden de cosas más trivial, la receta ya se había aplicado pues no hay conflicto que se resista al vacío. En el futuro, sólo queda ser coherentes. Así, la solución al choque de civilizaciones sería que no hubiera árabes y, poniéndonos en el caso de España, la solución al nacionalismo sería que no hubiera vascos ni catalanes. Que haya partidos conviene, pues siempre viene bien tener a quien echar la culpa de lo que no va bien. Aunque, si se consiguiera un buen vacío, casi todo iría bien. Incluso España. A falta de conflictos, sobran los tribunales y los convenios. Es perfectamente lógico que Bush reclame inmpunidad para aquellos de sus súbditos encargados de talar cosas que hagan sombra en el vacío. La magna obra de clarificación de Argentina -durante toda la semana pasada se publicaban los detalles- hubiera sido imposible con tantos agobios y eso hubiera retardado la fase de eliminación del comunismo, felizmente concluida en beneficio de la Iglesia Metodista. También reclama Bush que los del Desarrollo Sostenible dejen de tocarle las narices. En 2050, la producción mundial de dióxido de carbono se habrá triplicado pero, primero, el dióxido de carbono prácticamente no se ve y, segundo, la cabeza de George y las de varios de nosotros estarán probablemente calvas, lo que representará otro avance incuestionable del vacío. El presidente Aznar tampoco va a la Cumbre de Johannesburgo, pero es porque le ha salido una boda. A lo único a lo que hay que atender en el proceso de vaciado es a que se mantengan los beneficios. Varias empresas del reino inmediato de Bush han dado una prueba excelente de creatividad financiera. Para ello han suscrito seguros de vida a sus empleados. ¿Que éstos la diñan en uno de esos accidentes que lo llevan a uno al vacío final? La empresa no se desmorona sino se recapitaliza. Imagínese que alguien haya asegurado a los trabajadores de las Torres Gemelas. Se ha podido hacer de oro. O que Israel asegure a sus palestinos o Putin a sus chechenos. En general, resultaría ingenioso que todos los ejércitos aseguraran a sus enemigos. La estrategia de esas empresas aseguradoras no es exactamente novedosa. Una conocida novela de Gogol, Las almas muertas, trata del comercio de fallecidos que se practicaba en el remoto siglo XIX, similar al que se usa hoy en día con los votantes finados. George Bush no ha leído la delirante novela del maestro ruso. En su rancho no hay libros, hace tiempo que reina el más absoluto vacío.