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Internet no admite fronteras

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LOS gobiernos de la Unión Europea procuran favorecer el acceso de la ciudadanía a Internet mientras que países como China, la Arabia saudita o Cuba intentan ponerle fronteras al cibernavegante. Esa contraposición es un ejemplo más bien definitivo de la vinculación entre los usos de la libertad y el transitar por el ciberespacio. Cualquier idea tiene hoy su escaparate en Internet y ya se sabe que los movimientos antiglobalización usan de esa prodigiosa simbiosis de «software» y «hardware» para organizar sus campañas y manifestaciones. Se recurre a la operativa de un cibercafé para conspirar contra la alianza entre capitalismo y tecnología. Para votar contra el sistema se hace «clic» en el icono apropiado y los votos se suman de forma más o menos vertiginosa. En China, las autoridades no tan solo han pretendido poner coto a portales informáticos tan significativos como Amnistía Internacional: también han buscado el control de buscadores tan universales como «Google». Ahora unos especialistas de la universidad de Harvard han detectado con toda precisión como Pekín bloqueó buscadores como «Altavista» y «Google». En la perspectiva inminente del congreso del partido comunista chino, controlar el libre acceso a la información viene a contrastar con la imagen de modernización y de crecimiento que está dando la China actual. Son las contradicciones entre la liberalización económica en ciernes y la carencia de una clara liberalización política. Frente a la emergencia de Shangai como gran megápolis, el ciudadano chino no puede viajar por Internet como si fuera ciudadano de un país libre. Esa no es tan solo una contradicción en términos políticos: en realidad, cuanto más retrasen países como China el libro acceso de sus gentes a las redes de Internet más están perjudicando su potencial en capital humano, la gran ocasión del sistema capitalista para que los procesos globales también integren en la dinámica de crecimiento a los países menos avanzados. En el caso de la India, la naturaleza democrática de su sistema ha hecho posible una eclosión tecnológica que está acabando con la imagen de país caduco y al margen de la dinámica global. Tanto la riqueza como la libertad hoy en día andan conectados a Internet. Potenciar nacionalmente las redes informáticas no es algo muy difícil, siempre y cuando se dé la voluntad política de aceptar que el «clic» conecte a quien quiera con quien quiera, para obtener la información que está a disposición de todos en el ciberespacio. La conclusión sombría de algunos analistas es que si Pekín debe escoger entre seguridad y crecimiento económico, al final se decidirá por la seguridad. La opción puede tener naturaleza de colapso, precisamente porque no hay una verdadera globalización de la economía si no existe una globalización del conocimiento. A la larga, un incremento de la productividad alcanza siempre el signo de un bienestar más compartido. Es una ventaja de la sociedad de la informatización, mucho más necesitada de imaginación de que nuevas fronteras.

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