Diario de León
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León

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QUIEN suscribe no podría encuadrarse, vaya ello por delante, ni como un buen católico. Ni siquiera como un hombre esencialmente religioso, aunque, claro, todos tenemos nuestras inquietudes y preguntas fundamentales. No es éste, por tanto, un artículo inspirado por la Obra que alentó monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer. Ni mucho menos. El hecho de que decenas de miles de personas acudan a Roma para presenciar y vivir la canonización -en tiempo récord- de uno de los personajes más polémicos, pero por lo mismo más activos, que haya pasado en los últimos años por la Iglesia española y mundial, debe movernos a una cierta reflexión. Algo hay de organización modélica en todo este montaje que concluye haciendo santo a quien ha sido denostado como excesivamente mundano, atacado por practicar alguna forma de clasismo y criticado por su entusiasta intrusismo en la vida pública. Pero, al tiempo, cierto es que el Opus Dei supuso una cierta revitalización en lo que de militar (confío en que ello se entienda de manera correcta) ha de tener la estructura de una institución como la Iglesia: la educación, algunos servicios, se vieron permeados por la Obra de Dios, cuya visión presuntamente conservadora de la sociedad no afecta por igual a todos los campos. Y, en todo caso, será la Historia la que acabe juzgando los méritos -que los tuvo- y deméritos -que sin duda también- de una figura que, como la del nuevo San Josémaría, a pocos deja indiferentes. Y que se ha convertido en una leyenda, una españolísima leyenda con alcance universal. Hoy por hoy, y ciñéndome al plano meramente humano lo digo, respeto al menos, más que diatribas, creo que merece la celebración. No creo que sea este fin de semana el más adecuado para el combate, que dura ya desde hace tantos años, entre los partidarios y los contrarios de una Obra quizá algo presuntuosamente calificada como «de Dios», pero que ha alcanzado cierto éxito, véase lo que ocurre estos días en el Vaticano, entre los hombres.

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