Diario de León
Publicado por
Rodrigo Merayo Fernández, graduado en Derecho
León

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Hace unas semanas tuvo mucho tirón en la red social Twitter un polémico comentario de un analista y vocero de la derecha económica más radical de este país. Me refiero al señor Díaz Villanueva, del que nos interesa más el contenido que la persona. Algunos de los habituales lectores de este medio tendrán conocimiento de quién es este señor, otros tantos no habrán oído hablar de él jamás.

Les pongo en situación. El pasado 9 de enero, en plena ebullición del temporal apodado Filomena , un usuario de la red social citada colgaba un comentario en el que se podía ver a varias reses cubiertas por nieve, reflejando con ello su malestar con el desmedido miramiento que los medios de comunicación prestaban a la nevada madrileña, y reivindicando que, en otras zonas de la meseta, concretamente en la provincia leonesa, había azuzado el temporal con mayor ahínco que en la villa madrileña. No pareció sentar bien tal comentario al curioso de Villanueva, el cual decidió responder con esta contundencia: «Cuando ese par de vacas (y su dueño) generen el 19,3% del PIB nacional saldrán en los informativos». Hay que reconocerle al Sr. Villanueva que lo ocurrido en la capital hace unas semanas fue como para echarse las manos a la cabeza, en eso hay que darle la razón. Pero, hay que agradecerle con mayor esmero que, con motivo de su comentario, se confirman ciertas tendencias ya presentes desde hace algún tiempo y que conviene no descuidar.

Soy consciente que, desde hace mucho tiempo, existe una cierta dicotomía entre lo urbano y lo rural, entre el centro y la periferia, entre lo «novedoso» y lo «anticuado», entre lo preeminente y lo subalterno, a fin de cuentas, entre los que están allí y los que están aquí. Sé de todo ello gracias a la crianza en una capital de provincia y a los veranos en el pueblo, a los libros que leía y leo, al cine que consumo y a la historia de nuestro país, entre otras cosas. Pero, lo único que desconocía es lo rápido que se empantanan las cosas entre un supuesto «nosotros» cuando se tensiona el músculo de la política económica y territorial o, mejor dicho, de la política en general.

Resulta difícil de asumir, por un lado, que un tipo que se presenta a sí mismo como un «defensor del liberalismo clásico» en los tiempos que corren desprecie de tal forma a un integrante (o porqué no decirlo, a un buen número) de la amada sociedad civil. O tal vez, por otro lado, no lo sea si el señor Villanueva simpatiza con los cánones de ciudadano que gustaron en su día tanto en Francia como en América, y en buena parte del mundo. No lo sabemos, solamente podremos hacer elucubraciones al respecto. Sin embargo, resulta llamativo lo pronto que te puedes convertir a ojos de un tipo así en alguien «despreciable» económicamente hablando. Y, aún pensará que le hace un favor a la corriente ideológica que defiende y a su propio país. De todos modos, lo que sí sabemos es que la peor parte de las desgracias y de los mitos que se han contado en España han recaído en las zonas rurales desde hace décadas, y si no se creen lo que les digo, echen un vistazo a La España vacía de Sergio del Molino, donde se da buena cuenta de todo ello.

Resulta que Madrid encabeza la manada, pero que la cabeza de la manada sin sus acompañantes se queda en nada. Qué rápido olvidan algunos los favores y privilegios previos, pero qué rápido sacan pecho cuando se sienten protegidos por las circunstancias y la coyuntura. En el fondo de este encontronazo tuitero, nos damos de frente contra un dilema de mayor magnitud que comenzó a esparcir sus peculiaridades de forma notoria desde la crisis del 2008, pero que ha tenido como factor desencadenante, a mi juicio, la crisis pandémica actual. Y no me estoy refieriendo de forma única a la reivindicación autonomista de León (que también), si no a la disyuntiva que trae cola desde diversas zonas del territorio español, sean o no parte integrante de eso que se ha denominado «España vacía» o «España vaciada», cuestionando la conformación territorial y la distribución de los recursos.

Y es que, en esto de vivir en comunidad o de forma conjunta, conviene por el bien de todos reconocer los errores y los aciertos, los privilegios y las desventajas, la mediación y la confrontación, lo sano de la competencia y lo insano de la incapacidad, porque ello va más de remar en la misma dirección y menos de resaltar lo bien que le van a unos y para lo poco que parecen servir los otros (habrá que preguntarse los porqués).

La coyuntura social y económica ha puesto de manifiesto las disonancias que provocan la brecha territorial, donde concurren expectativas desiguales y encajes inestables en el tiempo, pero conviene rememorar que los contextos turbulentos son también una buena ocasión para desacelerar y revertir el proceso de confrontación y distanciamiento fruto de la polarización, dando paso a voluntades y proyectos «en conjunto», donde se respete la diferencia y se potencia la capacidad. Porque la defensa del centralismo es un camino vacío y sin futuro que puede dar sus frutos y encantos en el presente, pero que no respeta ni el pasado ni piensa en el futuro, ni muestra satisfacción cuando hablamos de fomentar la cooperación interterritorial e intergeneracional, ya que prefiere echarse los galones del esfuerzo solitario y de la «falsa solidaridad» (sobre todo cuando de aportación a las arcas públicas se refiere).

El único camino que nos queda es reconstruir el modelo territorial por medio de reformas más equitativas que inicuas, precisando para ello menos arrogancia y más entendimiento, menos victimismo y más coraje, menos presente y más futuro, en definitiva, menos exigencias y más responsabilidades. Los caminos ni se hacen ni se siembran con las semillas de la distancia y la arrogancia, ni tampoco con el olvido y la simplicidad, sino que requieren de más reconocimiento y empatía.

La ilustración tuitera del señor Díaz Villanueva puede ser fruto del exceso retórico que permiten las redes, pero también puede ser parte de un pensamiento cada vez más visible y acentuado desde las zonas «a bien» que omite los esfuerzos pasados y prescribe recetas arbitrarias.

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