Diario de León
Publicado por
Juan Llor Baños, Medicina Interna
León

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Es evidente que la eutanasia supone un atentado que aniquila la memoria histórica del paciente. Veamos porqué.

Cada enfermo personifica una situación particular y nos convoca a un reto tanto al equipo médico, a la familia, e incluso a la sociedad. Dependiendo de la respuesta que se le facilite indicará la calidad del servicio médico, del entorno personal, y de la sociedad.

Puede que el paciente se considere así mismo como mero elemento dañado con cierta posibilidad de arreglo a corto o mediano plazo, o bien, verse ya totalmente amortizado. Es una sensación que, indirectamente, también le puede transmitir con frecuencia, día a día, su entorno habitual.

Por otra parte, como médico, me ha llamado siempre poderosamente la atención que los enfermos alcohólicos que he tratado, en su inmensa mayoría, eran apreciados por sus familias como personas concretas y con una historia particular, habitualmente muy complicada y difícil, pero siempre como personas en el sentido más propio del término, sin la connotación de ser un mero elemento enfermo más o menos útil o inservible.

La «utilidad de su vida» y el grado «de calidad de vida», no constituían un elemento esencial en esos pacientes.

Esos enfermos alcohólicos, eran pacientes conscientes de ser propietarios de una especial «memoria histórica», muy arraigada en ellos y también en la familia, que básicamente siempre hay el deber de respetar la actuación médica. Nunca he sido testigo de una petición, o sugerencia, que reclamase acortamiento de vida ni, por supuesto, eutanasia, a pesar de la gran complicación médica y social que llevaban consigo, que en cientos de esos pacientes se podía clasificar de extrema. Igual que cualquier otro paciente, el enfermo alcohólico traslucía al médico y la familia que él se definía esencialmente como persona irrepetible, independiente del crítico pronóstico de vida y su mayor o menor rendimiento en cuanto a su utilidad.

En ese sentido, por ejemplo, me parece interesante reseñar que, con bastante frecuencia, los familiares de esos enfermos pasaban las noches enteras junto a su cama haciéndole compañía.

Era clarísima la lección que uno recibía como médico: al enfermo sólo cabe concebirlo desde la dignidad intrínseca que posee como persona y como tal había que tratarle. Esa me parece que es la regla de oro con la que se debe entender en todo momento el significado médico de «calidad de vida», si no se quiere fracasar estrepitosamente en el planteamiento de la actuación como facultativo si sólo se basa en parámetros analíticos o pruebas diagnósticas.

Por eso la historia clínica de cualquier enfermo debe ser escrita con gran atención y especial respeto, presencialmente, completando anamnesis y exploración, y reflejando en todo momento la calidad que merece como persona, que posee una memoria histórica irrepetible que no se puede maltratar con la visión miope que dan los grados subjetivos de «calidad de vida», que facilitan la precipitación al esperpento médico (deontológicamente delictivo) y social de la eutanasia.

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