Van a ser menos

En el futuro, que por cierto ha empezado ya, los pobladores de este destartalado planeta serán menos numerosos. Los hipódromos del mundo albergan muchos jinetes del Apocalipsis que se entrenan constantemente. La guerra que se ve venir, una vez revisados los arsenales de Irak, y el sida, que ya ha venido y está dejando África sin rinocerontes y sin lanzas, son los más rápidos, exceptuado el hambre. Los demógrafos aseguran que en la Tierra hay comida para todos, pero no cuentan con el excelente apetito de algunos. Por eso el sueño nerudiano de un vapor oceánico de sopa y una gran panoplia de cucharas cada vez está más lejos. Según la ONU, la población española se reducirá más de un 20 por ciento en medio siglo. Invitamos a pocos desconocidos a que se den una vuelta por aquí. Nuestros niveles de fecundidad son subterráneos. ¿Lo pasarán mejor nuestros descendientes? Las manifestaciones y los mítines políticos estarán menos nutridos y no habrá problemas de entradas para esos partidos del siglo que se celebran tres o cuatro veces cada año. No tendrán que reservar mesa en los restaurantes y nadie les empujará por la calle, ni sufrirán embotellamientos de tráfico. Algunas ventajas puede ofrecer que decrezca la población, entre otras que los que queden tengan el gusto de no conocer a tantas personas desagradables. Lo malo es que esa clarificación sólo va a producirse en los países desarrollados. A los que están en eterno trance de desarrollo hay que frenarles la natalidad. Se les aconseja que implanten los controles más estrictos, pero no hacen caso. Hay que comprender que los trámites reglamentarios para traer más gente al mundo no sólo son placenteros, sino que constituyen la única diversión de los pobres. ¿Cómo quitársela? Se está dando contraorden a la consigna de «creced y multiplicaos» porque la verdad es que no ha sido una multiplicación, sino una progresión geométrica. Quizá el viejo Malthus, al que corrieron a gorrazos cuando público sus ensayos sobre el principio de población, estuviera en lo cierto, ese lugar tan incómodo.