El joven Sábato

El autor de El túnel se ha adentrado en todos, buscando una improbable luz al final que no fuera la de un tren acercándose en dirección contraria. Ahora, a sus 92 años, crea una fundación a favor de los niños de Argentina. No puede soportar con los brazos cruzados la pobreza, el hambre, la muerte por desnutrición en Tucumán, y no sólo en Tucumán, de sus compatriotas más recientes, que son los que no tienen patria: se la llevaron a los bancos extranjeros. «Voy a poner en la fundación todo el ánimo que me quede». Los que le conocemos, aunque sólo sea de pasada, sabemos que es mucho y que además no se le desgasta al usarlo. No sólo por eso que dijo Picasso de que quien es joven es joven para toda la vida, sino porque es del linaje de los que no pueden ser felices contemplando la desgracia ajena. Cuando asumió el sangriento balance de las crueles dictaduras militares que exterminaron a media juventud de su país, se le quedó inscrito para siempre en el rostro el sufrimiento. (Cuando le conocí, le dije a Mario Virgilio Montañez, que nunca en mi vida había visto una cara más biográfica. Ernesto Sábato tenía ya en aquel entonces una superficie facial legible. En sus rasgos estaban escritas la responsabilidad y el dolor). ¿Cómo será ahora la cara de Ernesto Sábato? Anciano y casi ciego, está levantando una fundación llamada «Fogones», para que al calor de los hornos de pan se construyan escuelas y comedores gratuitos para chicos de entre 7 y 14 años. ¿Cómo puede faltar el pan en la tierra que fue granero del mundo? A nosotros nos socorrieron en la duradera postguerra civil. ¿Qué estamos haciendo ahora por ellos? El mundo no se entiende, pero Argentina menos, a pesar de ser una de sus partes más hermosas. Cuando Clemenceau la visitó por primera vez dijo que era un país tan rico que se recuperaba durante las ocho horas que dormían sus políticos. Se conoce que duermen menos. Un viejo quiere ayudar a levantarla. Es sólo un hombre, pero nada menos que todo un hombre.