Diario de León
Publicado por
Manuel García Álvarez, Procurador del Común de Castilla y león
León

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Como Procurador del Común de Castilla y León he recibido no hace mucho una queja contra la pasividad, al decir de los firmantes de aquélla, de las administraciones frente a la pretensión de los ciudadanos de recuperar los restos de sus familiares, muertos violentamente, generalmente a manos del bando vencedor, en la última guerra civil. La cuestión es delicada y espinosa, como tantas que se plantean ante esta Procuraduría, y presenta, por lo menos, dos vertientes. De un lado, responde a un deseo, legítimo, de aquellos españoles que quieren dar sepultura digna a los restos de sus seres queridos. Y, en este su deseo, pienso que las Administraciones correspondientes deben prestar su ayuda, como de hecho algunas ya han comenzado a hacer. En esta dirección va, por lo demás, la proposición no de ley recientemente aprobada en el Congreso de los Diputados. De todos modos, ello debería ser llevado a cabo intentando respetar el derecho de aquellas otras personas, también familiares, que prefieran en su caso que los restos en cuestión queden allí donde están y como están. Por otro lado, a mi juicio, la cuestión reviste otro aspecto, cuyo tratamiento exige, asimismo, suma delicadeza. Se trata de honrar públicamente a quienes murieron en el campo de batalla o asesinados a manos de los vencedores. La pretensión es, a mi juicio, de justicia, y puede sorprender que no se haya hecho hasta ahora, cuando han pasado ya tantos años desde que finalizó el anterior régimen político. Es cierto que, con la transición y la democracia, pareció concluirse un pacto no escrito entre todas las fuerzas políticas -que respaldaron probablemente el conjunto de los españoles- en el sentido de no remover determinados dolorosos recuerdos del pasado, ni ponerse a buscar a los responsables de las muertes acaecidas en uno y otro bando. Y, si algunos echaron de menos que se recordase públicamente a los muertos del bando vencido, prefirieron -y hay que agradecérselo- no sacar a relucir su legítima pretensión, en aras de la convivencia y del «nunca más». Ahora, cabe preguntarse ¿ha pasado ya el tiempo suficiente para intentar abordar serenamente la lectura de esta página de nuestra historia, honrando a quienes en principio se silenció, en aras del consenso? Probablemente sea así. Lo que ocurre es que pienso que sería un grave error -tanto más grave cuanto que la mayoría de los ciudadanos no parece ir en esa dirección- hacer distinciones entre los muertos. Es cierto que el recuerdo de la mayoría de los que murieron, ya sea en el campo de batalla o asesinados a manos del bando que después resultaría vencido, pudo ser honrado -aunque aquél haya sido frecuentemente utilizado con fines espurios por el vencedor- al finalizar las hostilidades. Pero, decía, eso no sería incompatible con que, en la línea del pacto de no remover el pasado, pacto no escrito, se diera un paso más en el sentido de homenajear, no a unos exclusivamente, basándose en que los otros ya lo fueron, sino a todos los caídos en la guerra, puesto que se me antoja que a estas alturas, son ya «los muertos de España», son todos ellos los muertos de todos nosotros, y no los de uno u otro bando. Los monumentos, ya existentes en algunas localidades «a los caídos en la Guerra Civil» podrían marcar el camino a seguir. Hacerlo de otro modo sería como prolongar las consecuencias de la contienda fraticida, haciendo que los que en ella desaparecieron para siempre volvieran a tomar partido; tanto más cuanto que, probablemente, no pocos de ellos no lo habían tomado entonces, ni lo tomarían ahora hasta el extremo de iniciar una guerra civil. Y quienes tomaron partido, y defendieron voluntaria y conscientemente sus ideales con las armas en la mano, a veces estuvieron lejos de coincidir en esos ideales con quienes luchaban en el mismo bando. Tal vez, por ejemplo, no pocos de los asesinados en la cárcel Modelo de Madrid, estaban ideológicamente lejos de quienes participaron en la sublevación defendiendo la dialéctica de los puños y las pistolas. Y, no creo descubrir nada nuevo si afirmo que, entre los vencidos, poco tenían que ver los nacionalistas con los partidarios de la acracia, o los simpatizantes del régimen soviético, con los que defendían la idea de la democracia y de la libertad, tal y como por ejemplo aparecen consagradas hoy en la Constitución o las recogía la propia Constitución republicana. Claro que, decía, ese homenaje a todos y realizado por todos, exigiría un consenso generalizado, tarea que no compete a esta Institución. Lo que no sería admisible, casi sería un crimen de lesa España, sería intentar utilizar a los muertos con fines partidistas. Afortunadamente, no parece estar siendo ese el caso, al menos hasta ahora, y, de ser así, seguramente encontraría el rechazo de la mayoría de los ciudadanos.

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