Diario de León
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Lamento no haber podido conectar, últimamente, con Supermán, pero, afortunadamente, sí tengo noticias suyas, indirectas, y sé que está bien a pesar de algunas inevitables secuelas que siempre dejan las excesivas agresiones y los malos efectos que produce la kryptonita.

Confieso que (soy creyente), en algunos momentos de altísima clarividencia mística, este fiel servidor de ustedes, ha pensado y recapacitado acerca de la maravillosa entrevista que le haría al personaje más benéfico y de más altos vuelos; pero la he ido dejando en espera (stand by, dirían los de «pasa palabra» de TV3, que sólo saben poner canciones en inglés) de poder recuperarme de una grave y larga enfermedad y él, mi querido Hermano de Sangre, también fuera superando, poco a poco, los terribles efectos malignos que, en mayor o menor medida, padecemos los seres humanos a lo largo de toda la Historia.

Él, Superman, sabe que puedo ser el mejor entrevistador que le entreviste (ya saben ustedes, genios del bien, eso de «el cielo está enladrillado, quién lo enladrilló, el enladrillador que lo desenladrille buen desenladrillador será), y el que mayor confianza, garantía y seguridad le podría ofrecer. Sería, sin duda, la mejor entrevista de la Historia, que me haría sentir afortunado y contento, pues, por fin, de alguna manera podría dulcificar mi frustrado intento de entrevistar a Julio César, a Viriato, a Cleopatra, a Moisés (a Jesucristo lo entrevisto varias veces todos los días), a Sócrates, a Bonaparte, a Gil y Carrasco, a Teresa de Jesús, a Isabel la Católica, a Cervantes, a Rosalía de Castro, a Elvis Presley, a Sofía Loren, y al alcalde de mi pueblo (con Claudia Cardinale sí pude).

A pesar de la distancia, a pesar de los daños colaterales y de las secuelas que deja la dura y larga enfermedad, a pesar de las malas circunstancias, yo sigo estimando a Jose, a José Antonio Moral Santín, mi querido hermano de sangre Supermán, del cual tengo y guardo muy buenos recuerdos

Felices serían los lectores, y mucho más yo, si Supermán me ofreciera un «vis a vis» periodístico, literario, político, humanístico, artístico, musical y nostálgico emocional; también hablaríamos del mundo empresarial, de economía, de historia, de las ilusiones infantiles y juveniles en nuestro queridísimo pueblo, Villafranca del Bierzo.

Ya sé que a estas alturas (nunca bajuras) del artículo, habrá, seguramente, más de un «intelectual de secano» que deje de leerme, pase la página del Diario de León, y, suspirando con benevolente muestra de superioridad ética y moral, exclame: ¡ya está aquí otro gilipuertas.., la cantidad de idioteces que se escriben!

Puestos a sí, señor mío (yo no me enfado), debo decirle, y le digo, que Supermán no ha sido, ni es, ni será nunca jamás un simple cuento, sí es una gran realidad: una enorme verdad que está perfectamente plasmada (sí, perfectamente) en el libro A orillas del Burbia, publicado en el año 2001, se titula: Mi hermano de sangre Supermán.

Sepa usted, señor mío, que Supermán y yo nos hicimos amigos en Villafranca. Fue en enero de 1961 cuando estudiábamos primero de bachiller en el colegio «libre» de la Fundación Municipal Villafranquina con sede en el Convento de San José de las RR.MM Agustinas de la Calle del Agua. Yo no lo conocía, pero, al terminar la clase de matemáticas, se me acercó sigilosamente y, muy bajito, me dijo:

«Don Félix es un cabrón, que no tiene derecho a pegarnos con el cepillo de borrar el encerado, ¿quieres que le pinchemos una rueda del coche?».

Yo no supe contestarle, y él siguió diciéndome:

«Les pega también a los mayores, a los de segundo, tercero y cuarto, pero todo el colegio está llenos de cobardes y nadie me quiere ayudar; ya sabes que yo soy Supermán, soy el que más puede de la clase, estuve con los curas en el Seminario, se muchas palabras en latín, un poco de música y cantar a coro el gregoriano...».

Así nos conocimos, pero, después, algunas veces, mi gran amigo Supermán, que lo podía todo, me metía en unos líos tremendos. Él iba siempre por delante, haciendo cosas, tramando aventuras. Un día pensó que deberíamos ser hermanos de sangre y no paró hasta conseguirlo. Lo hicimos a la manera india, dándonos un corte en las manos y mezclando nuestras sangres con un fuerte apretón de manos, y, después, acto seguido, bailamos un buen rato alrededor de la hoguera, con saltos, cantos y alaridos. Yo, entonces, me sentí un niño muy importante.

¡Qué gran tipo era mi hermano de sangre Supermán!, aquel chaval que iba corriendo a todas partes llevando los brazos extendidos, en cruz, oscilándolos ligeramente, con la camisa suelta, por fuera del pantalón...

Algunos años después, mi hermano de sangre perdió casi todos sus poderes, los mejores: se transformó en catedrático de universidad, en político mandamás, en comunista.

Ahora, repasando mi hemeroteca, veo que, en marzo del 2013, dejé escrito: «Durante el verano de 1969, con el fin de sacar dinero para atender necesidades básicas de algunos necesitados de Villafranca, montaron los de Acción Católica una compañía de teatro y me propusieron que hiciera el papel de Julio, el abogado de la familia, en la obra de Alejandro Casona La tercera palabra» .

El papel principal masculino, Pablo, lo protagonizó José Antonio Moral Santín, la actriz principal, Conchi López, hizo de Marga. Representamos la obra, con mucho éxito, en el Barco de Valdeorras, en Ponferrada, en Cacabelos, en Fabero, en La Bañeza, en Villafranca y en Dehesas. El director era Juan José Mateo López Combarros. En todos los sitios nos dejaron los teatros gratis (menos en Villafranca que nos cobraron 6000 pesetas). Ismael Álvarez (el hijo de la lechera), se mostró como un excelente chaval que colaboró mucho, nos prestó su cine y además nos donó dinero. Moral Santín (Mi hermano de sangre Supermán) y yo estudiamos con él durante tres años en el Instituto Gil y Carrasco de Ponferrada. A Ismael le gustaba tocar la guitarra (también a Jose), y era un chaval solidario, generoso. Fueron muy buenos tiempos que siempre recuerdo con agrado. Soy yo el único que nunca estuvo en política ni ha sido funcionario.

Son cosas del destino. Él, el que fuera Superman, el héroe de la capa roja, en 1982 había escrito: «El villafranquinismo que se pretende y presenta como la esencia y expresión del sentir de Villafranca, representa en realidad a una minoría del pueblo villafranquino que conecta sus intereses y perspectivas con las fuerzas más obscuras y retrógradas de la nación española. El ‘villafranquinismo’ constituye una versión particular y local del pensamiento más conservador y reaccionario, tan acostumbrado a exagerar y magnificar la realidad, a creerse que nada tiene que aprender de los demás, y que las suyas son las mejores bombas de gran palenque».

Muchos años antes, en 1968, mi gran amigo y hermano de sangre, al que tanto le gustaban las peras, me prestó el libro El miedo a la libertad, de Erich Fromm. Después, a finales del pasado siglo, por querer saber, me atreví con Stanley G. Payne, con Ángel Viñas. Entonces hice balance, cuadré cuentas.

En el año 2011 se publicó mi novela La diosa del Cúa, y, otra vez salió a relucir mi querido hermano de sangre Supermán, don José Antonio Moral Santín, Jose.

Ahora, hace unos días, ya casi recuperado yo del cáncer padecido, Diario de León ha tenido la amabilidad de publicar mi artículo El fallo de falla, que finalicé diciendo:

«Quien esté libre de culpas... Yo estoy tratando de recuperar la memoria».

A pesar de la distancia, a pesar de los daños colaterales y de las secuelas que deja la dura y larga enfermedad, a pesar de las malas circunstancias, yo sigo estimando a Jose, a José Antonio Moral Santín, mi querido hermano de sangre Supermán, del cual tengo y guardo muy buenos recuerdos.

Espero sepan disculpar a este viejecillo, que acaba de cumplir setenta y dos inviernos.

J.A.M.S es un año mayor que yo, y creo que el comunismo ha sido su kryptonita.

Con toda Burbialidad.

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