Diario de León
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Lo tengo escrito muchas veces, y lo repito: antes, los «tontos» eran personas pacíficas y bondadosas que vivían casi felices con la simple libertad de llevar un palito en la mano o una tiza para pintar en las paredes.

Entonces no había pueblo de España que no se ufanara de tener un tonto, al menos uno, oficial, famoso. Ahora, a pesar de la despoblación rural, han cambiado tanto las tornas que, merced a internet y a las redes sociales, hay demasiados listillos.

Antes se escuchaba a los ancianos, se les respetaba, se les apreciaba, se les protegía, pues eran fuente de sabiduría y depósito del acervo cultural.

Ahora, en estos tiempos tan mediocres, de solemnidad, cualquier lugar de España dice tener derechos históricos, y que sus derechos históricos no caducan, que los puede reclamar cuando quiera, y ponerlos en marcha y ejercerlos.

Aquí siempre se habla de derechos, y todo quisqui o quisque, sea catalán, vasco, gallego, balear, canario, o pinciano, reclama y clama hasta lo que no está, ni ha estado jamás, en los escritos.

Tanto predicar la igualdad y, luego, siempre, en cada momento, venga a pedir derechos, en exclusiva, a sacar o a inventarse fueros, viejas leyes, privilegios que exigen que los demás reconozcamos y aceptemos sin rechistar.

Y así, a base de pedir y de no dar, unos viven a lo grande, a lo exquisito, y otros nos quedamos a luna de Valencia (bueno, lo de quedarse a la luna de Valencia era cosa de antes, ahora ya ni eso, pues va camino de ser nacionalizada, de ser «nacionalista», solamente de ellos).

Curioso es, al menos curioso, que, en España, todo dios tiene derecho a todo (es un decir, pues ya sabemos que Dios no tiene derecho a nada), excepto la secular y tradicional Monarquía Española y sus Reyes.

Hay demasiados listillos (sin palito ni tiza, pero con internet), como ese concejal «socialista», de Congosto, que, con gusto, ha saltado a los medios para pedir la Tercera República y la guillotina para los Borbones.

Dice el joven eminencia que la Monarquía es medieval, feudal. Y se queda satisfecho, contento y feliz con su gran hallazgo político-intelectual. Cualquier día (esperemos que nunca sea alcalde, o corregidor, que también es cosa medieval) exigirá tener derecho a que le pongan un monumento a la entrada del pueblo, una gran columna de mármol de Carrara, como mínimo, al estilo de la de Trajano, con la leyenda: «La monarquía es medieval».

Está claro que Robespierre ha dejado herederos en algunos lugares del amado Bierzo, cuyas «esclarecidas» cabezas ignoran que el republicano Napoleón Bonaparte soñaba con ser rey, y, viéndolo difícil, quiso engendrar un hijo con princesita de sangre real para que, al menos, sí fuera su descendiente el futuro Rey de Francia.

Yo, servidor de ustedes, «no quito ni pongo rey, pero defiendo a mi señor», a don Felipe VI, que es infinitamente mejor que la inmensa mayoría de mandamases republicanos hispanoamericanos que, cobardemente, sin derecho, ni justicia, ni razón, maltratan a sus pueblos y también a su propia madre, España.

No me gusta Simón Bolívar, y menos su espada manchada de sangre, pero sí me encanta la liberal orquesta femenina «Canela», de Colombia (Colombia viene de Colón), que toca instrumentos modernos, bailan, y cantan cumbias con la voz y la forma de decir más hermosa del mundo, el Español (mírala como viene mi negra Soledad, con su «pollera colorá»). Y, en México, me emociona Veracruz: «Rinconcito bonito donde hacen sus nidos las olas del mar», que dice la canción.

Y recuerdo a la sin igual Libertad Lamarque Bouza, la novia de América, la que nos cantaba: «Cuando se quiere de veras, como te quiero yo a ti, es imposible mi vida, tan separados vivir».

«Y, una vez más, digo que, aunque pudiera parecer mentira, sí es verdad que el romanticismo llegó a la Argentina antes que a España. Sucedió casualmente, pero así fue. Y todo gracias a Esteban Echevarría, natural de Buenos Aires, que estaba viviendo en París entre los años 1825 y 1830, tiempo de alta fiebre romántica, y al volver a casa publicó un folleto de 32 páginas titulado: «Elvira o La Novia del Plata», que es la primera obra poética, romántica, en verso, impresa en el Río de la Plata. Hay críticos, siempre dispuestos a fastidiar, que dicen no gustar del amor de Elvira y Lisardo»(Bouza Pol, 8-10-2012).

Me encanta Costa Rica, en especial después de su guerra civil del año 1948. Nación que admiro por las muchas cosas buenas que tiene, su democracia, su pacifismo, su crecimiento, su amor a la naturaleza.

Hay que felicitar a los ciudadanos costarricenses, pues el 15-9-2021 celebraron el bicentenario de su independencia.

Debo recordar, una vez más, que, contra todo derecho, las Islas Malvinas Argentinas siguen en poder de los ingleses, y también el Peñón de Gibraltar Español.

A España la han invadido los fenicios, los romanos, los visigodos, los musulmanes, los franceses..., y ninguno de ellos nos ha pedido perdón, ni falta que nos hace...

Me apasionan los dieciocho reyes del Reino de León, tan de derechas, tan conservadores, tan católicos, tan duros y crueles, tan normales para aquel tiempo, guerreros incansables contra el moro, defensores de la raza, artífices de España y de nuestra cultura europea, y luego atlántica, y mundial.

Por cierto, los comunistas jamás quisieron un Estatuto de Autonomía para León. No lo quisieron en el periodo republicano, ni con la restauración monárquica del 78, ni ahora.

Disculpen que les diga que la Monarquía Española sale mucho más barata que una hipotética República, y, además, nos resulta más operativa y benemérita.

En fin, genios, que yo también tengo derecho, igual que ustedes, y reclamo ser el próximo Premio Nobel de Astrofísica.

El que esté libre de culpas...

Con toda Burbialidad.

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