Diario de León

Septiembre: ¿curso con nueva ley de educación?

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La vuelta a las aulas nunca debería ser una rutina o un dejà vu al que prestamos escasa atención; por el contrario, es una nueva responsabilidad para todo el colectivo social, con especial mención para menores, adultos, maestros; y, como tal, deberíamos tomarlo todos poniendo en acción nuestros cinco sentidos para evitar accidentes y no dilapidar muchos de nuestros talentos y capacidades. Pura ecología (cuidado de la Casa común).

No deberíamos iniciar este curso como uno más, sino con preocupación, con ojos muy abiertos, no solo para ver, sino para observar y percibir, (verbo superlativo), nuevos e infinitos detalles, las diferencias del entorno y de las personas; con oídos limpios de cerumen, no solo para oír bien, sino sobre todo para escuchar y prestar especial atención, pues solo quienes están dispuestos a escuchar podrán percibir con claridad caras, gestos, avisos, «ruidos y mensajes nuevos»… Y así, con los otros sentidos: gusto, olfato y tacto, poco ejercitados y hasta olvidados, con demasiada frecuencia; por eso en tantas ocasiones vamos por el mundo despistados y no nos enteramos con precisión de lo que sucede en nuestro entorno más cercano, no digo ya de lo que cae fuera de nuestro diario acontecer. ¡Ojo, pues, con la Lomloe!

Un nuevo curso no supone solo la escolarización de niños de guardería o primaria, amén de jóvenes universitarios; es o debería ser, ante todo y sobre todo, una llamada social para reconducir nuestros aprendizajes equivocados, nuestras conductas sociales, pues todos tenemos alguna torcida o un tanto distraída. Sí, escolarizar no es «estabular en las aulas a ciertos colectivos», ni se puede equiparar con el término, mucho más complejo, de «educar». Estabular y escolarizar es en sí algo relativamente sencillo y casi mecánico. Contrariamente, educar resulta bastante más complicado, por el hecho tan poco reconocido de que educar es misión de todos los miembros del colectivo social y no solo de padres/madres y maestros…

Educamos (todos) cuando en el autobús urbano no tiramos al suelo nuestro billete, cuyo destino es la papelera, no el bus ni la acera, al bajarnos, (¿se enterará algún día nuestro alcalde y hará algo pertinente?); cuando en el supermercado no dejamos los carritos fuera de sitio ni tiramos los guantes de plástico en el suelo; cuando en la calle no arrojamos las colillas; cuando vamos en el coche y no ponemos la música a todo volumen, (por el día y por la noche), para llamar la atención, como machos dominantes que reclaman una hembra en celo; cuando vamos de excursión y respetamos la limpieza, dejando nuestros desperdicios en el lugar adecuado y no sembramos nuestros pasos con cuanto nos sobra. Educamos (todos) cuando en cada casa, sin levantar la voz, pedimos las cosas «por favor» y «damos las gracias» por los servicios prestados; cuando, cuando, cuando y siempre que en nuestro diario proceder somos respetuosos con los que nos rodean. Hay, sin embargo, adultos y un buen número de jóvenes maleducados que no se han enterado que en el aula de la Casa de todos, su conducta y modales son un espectáculo deprimente, vergonzoso, digno de reproche, y tales conductas son un pésimo ejemplo para menores y mayores, que los sufren y soportan. Un espectáculo que nos avergüenza a diario en León son esas vallas, paredes, muros, puertas y portones pintarrajeados por las firmas de grafiteros incívicos, que no respetan lo ajeno y se creen con derecho a pintar y ensuciar propiedades privadas o públicas. Nuestras autoridades conocen a los firmantes, pero existe tal dejadez y tal permisividad malsana, que nos degrada a todos. Es otra forma de ocupación permitida y de ello habrá que pedir cuentas y pasar factura en las próximas elecciones a cuantos no nos libran de estos ácratas insensatos.

En nuestra educación, buena, aunque pisoteada por ideologías partidistas interesadas, las fracturas y carencias son plurales, y tampoco reciben la atención adecuada desde el Ministerio de Educación 

El 26 de junio último, en esta misma sección del periódico, el catedrático don Julio Ferreras, buen profesor y excelente educador, nos hablaba de la crisis que sufrimos tanto en salud como en educación, pilares ambos de nuestra sociedad. Escribía él: ««o podemos hablar de una sociedad avanzada y adulta, si sus miembros no gozan de buena salud y no poseen una educación que les haga independientes y responsables». Nada más cierto y evidente.

¿Por qué entre nosotros —pregunto—, esto no es considerado por los gobernantes como trascendental y de importancia vital, mientras se gastan el dinero de todos en «marcar territorio», levantando la patita, cual cánidos maleducados o asilvestrados? A esta manada de cánidos que no nos cuidan adecuadamente y sólo miran por sus intereses, yo les voy a recordar algo elemental, pero muy profundo, que aprendí de la antropóloga Margaret Mead. A una estudiante que le preguntó sobre lo que ella consideraba como la primera señal de una cultura, Mead le contestó que el primer signo de civilización en una cultura antigua es la prueba de una persona con un fémur roto y curado. La antropóloga le explicó que en el resto del reino animal, si te rompes una pata, mueres porque no puedes huir del peligro, ni ir al río a beber o cazar para alimentarte; te conviertes en presa fácil para los depredadores. Ningún animal sobrevive con una pata rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Si el fémur roto se curó, es la prueba de que alguien se tomó tiempo suficiente para quedarse con el que cayó, curó la lesión, puso a salvo al herido y lo cuidó hasta su curación. «Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización humana». ¡Un buen samaritano!

Este es el papel y función de cualquier buen ministro. ¿Lo hace alguno de los nuestros? Vuelvo a preguntar: ¿alguno de los cientos de bien pagados asesores ha explicado a los actuales gobernantes que no están atendiendo las necesidades básicas de la población, mientras ellos viajan en Falcon, helicópteros, coches blindados; cobran, sin merecerlo, sueldos desorbitados, nos mienten a diario, por no decir que se ríen descaradamente de nuestras carencias, cuando ellos despilfarran y viven como faraones? Nuestros militares, policías, guardias civiles, bomberos, maestros, sanitarios, cuantos nos cuidan con esmero y se juegan su salud para salvar nuestras vidas cobran sueldos de vergüenza, comparados con tanto asesor inepto y empesebrado. Cada uno de mis lectores puede tener su criterio al respecto, pero les aseguro que muchísimos técnicos de la salud y de la educación seguimos de cerca el tema, sin conseguir que se nos escuche y preste verdadera atención, desde hace más de 20 años: la salud, que es «bienestar físico, mental y social», junto a la educación, que va en caída libre desde la Logse, necesitan atención preferente de los gobiernos, pero los actuales gobernantes, con absoluto descaro, olvidan su obligación de autoapretarse el cinto y aflojarnos el nudo que nos asfixia a los sufridos ciudadanos.

En nuestra sanidad, buenísima, pero maltrecha y agotadora para los sanitarios, hay muchos «fémures rotos» y faltan manos para curar, (listas de espera infinitas y muchos cuidados sin respuesta en tiempo y forma). En nuestra educación, buena, aunque pisoteada por ideologías partidistas interesadas, las fracturas y carencias son plurales, y tampoco reciben la atención adecuada desde el Ministerio de Educación, porque su responsable, sin visión de futuro, sigue mirándose al ombligo y diciendo amén a su señor.

Yo he llegado a mandarles mensajes muy serios a diversos ministros de educación y a la actual ministra, la señora Alegría, pero ésta debe tener la piel muy dura o cubierta de aceite, pues observo que le resbala cualquier idea contraria a su ideología y política ministerial. Y dice ser maestra, (¿de qué?). Lo cierto es que cobra como ministra cuando su actuación en el campo educativo abochorna al sentido común y a la decencia social. Toda una in-decencia, señora del ramo. Menudo curso nos espera a los pequeños, a los medianos, a los mayores y a los ancianos. Margaret Mead diría que esta sociedad, con tantos «fémures rotos», sin cuidados y acompañamiento adecuado, es incívica e inhumana. Señora Alegría, autoconcédase una beca y váyase a cursar un Máster en pedagogía; luego, ya más madurita, oposite y no entre en la función pública por cuota femenina. ¡Váyase o la echaremos con nuestros votos cabreados! ¡Nos tiene contentos con la maldita LOMLOE!

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