Diario de León

Los diversos conceptos sobre Dios

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Al hablar de Dios nos viene a la mente la respuesta de aquel sabio al que le pidieron un día que hablara sobre el amor, y dijo: «¿No tienen ustedes preguntas más pequeñas?». Con mayor motivo se podría hacer esta pregunta al tratar sobre Dios, del cual la humanidad nada sabe, excepto los pocos seres iluminados que han pasado por este planeta, como el Cristo o el Buda. Todo lo que se puede decir sobre Él, probablemente sea lo que dijo Goethe, el místico alemán Eckhart o el propio apóstol Juan. Recordemos a Goethe: «¿Crees en Dios? —pregunta Margarita a Fausto—. Mi buena amiga, difícil me es contestar a tu pregunta puesto que no quiero contestarte sonriendo, como lo harían algunos pretenciosos sabios y lo que tú no podrías menos de considerar como burla… Yo no sé cómo debe llamársele. El sentimiento lo es todo, el nombre es solo humo que nos vela la celeste hoguera».

Por su parte, el Maestro Eckhart afirma: «¿Qué estás parloteando acerca de Dios? ¿No sabes que todo lo que dices es falso?», y a sus seguidores les decía: «Nadie puede conocer a Dios si no se conoce antes a sí mismo». En cuanto al apóstol Juan, dice: «Nadie ha visto jamás a Dios». En suma, ¿qué se puede pensar de todas esas doctrinas que son, esencialmente, especulación y conjeturas sobre Dios, y que se han utilizado tantas veces para perseguir a los injustamente llamados «infieles», para condenar y llevar a la hoguera a tantos seres humanos solo por el hecho de pensar de otra forma? Esas doctrinas no han comprendido el sentido auténtico del segundo mandamiento: «No tomarás el nombre de Dios en vano», ni el «ama a tu prójimo como a ti mismo».

Aquí nos interesa saber qué han pensado sobre Dios grandes psicólogos, filósofos y científicos, y comenzamos diciendo que generalmente el Dios que el hombre individual o una sociedad construyen, es a la medida de su desarrollo mental y de su conciencia. Así, cuando oímos frases como «si Dios existiera o si Dios fuese justo no permitiría esto» —aludiendo a enfermedades o desgracias y achacando a Dios las causas de nuestros errores y de nuestra ignorancia—, solo estamos manifestando nuestra altura moral y mental. El mismo proceso que experimenta el individuo desde la niñez hasta la adolescencia —en relación con el concepto de Dios—, es el que sigue, más o menos, la propia humanidad en su conjunto a lo largo de su historia. Así, el psicólogo y pediatra A. Gesell dice: «Un niño de cinco años puede creer que, cuando se cae, fue Dios el que le empujó. Es también este Dios el que empuja las nubes del cielo». En cambio, el adolescente de dieciséis años —dice Gesell— «despliega una creencia más elevada en un Ser Supremo, pero no ha establecido aún una relación ininterrumpida con Dios. Lo concibe de distintas maneras: como una fuerza divina, como un gobernante que nos guía, como una fuerza personal ni hombre ni espíritu, o simplemente como un sentimiento».

Eso mismo ha ocurrido a la propia humanidad a lo largo de su historia. Su concepto sobre Dios ha ido cambiando desde su etapa infantil hasta su etapa adulta. E. Fromm lo describe con claridad, y habla de los diversos factores que condicionan el concepto de Dios, y dice: «El otro factor es el grado de madurez alcanzado por el individuo», y añade: «Al comienzo de la evolución, encontramos un Dios despótico, celoso, que considera que el hombre que él ha creado es su propiedad, y que tiene derecho a hacer con él cuanto quiera. Es esa la fase religiosa en la que Dios arroja al hombre del paraíso, para que no coma del árbol del saber y se convierta así en Dios mismo; es la fase en la que Dios decide destruir la raza humana mediante el diluvio». E. Fromm dice que la humanidad, en su evolución, transforma a Dios, de un jefe despótico en un padre amante, y más tarde en el símbolo de los principios de la justicia, la verdad y el amor.

Pero la mayoría de la humanidad, según Fromm, ve aún a Dios como «un padre que me rescate, que me vigile, que me castigue, un padre que me aprecie cuando soy obediente…», y añade: «Es notorio que la mayoría de la gente no ha superado, en su evolución personal, esa etapa infantil, y de ahí que su fe en Dios signifique creer en un padre protector —una ilusión infantil—. Esta sigue siendo la forma predominante, a pesar del hecho de que algunos grandes maestros de la raza humana y un pequeño número de hombres hayan superado ese concepto de la religión».

Por su parte, C. G. Jung dice: «Incurriría en un error lamentable quien estimase mis observaciones como una suerte de demostración de la existencia de Dios. Ellas solo muestran la existencia de una imagen arquetípica de la divinidad, esto es todo cuanto es posible afirmar psicológicamente de Dios». Y en otro lugar, afirma: «Las ciencias naturales no han descubierto nunca en ninguna parte un dios alguno; la crítica del conocimiento demuestra la imposibilidad de conocer a Dios; pero el alma se adelanta y afirma tener la experiencia de Dios. Dios es una realidad psíquica de la que se puede tener una experiencia inmediata. Si no fuera así, nunca jamás hubiéramos hablado de Dios». El filósofo y psicólogo William James, hablando de otra dimensión de la existencia que no es la del mundo puramente sensitivo y comprensible (denominada la región mística o sobrenatural, y a la que pertenecemos —dice— más que al mundo visible), afirma: «Designaré esta parte superior del universo con el nombre de Dios».

En suma, hablar de Dios es hablar de la Energía o la Inteligencia Cósmica, del Cosmos, el Universo, lo Absoluto, la Vida, la Mente o el Amor Universal, el Geómetra o Maestro Constructor del Universo, el Logos griego o el Tao chino. En una palabra, el Innombrable. «¿Cómo puede Dios tener un nombre, si no es una persona ni una cosa?», dice E. Fromm.

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