Diario de León

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Paseo por la Era del Moro ensimismado con una época tan alejada en el tiempo mientras sus murallas permanecen firmes mostrándome sus orígenes. Es un placer contemplar cómo esas piedras aún nos hablan de un mundo, que nunca comprenderemos cabalmente, porque ya no hablamos su lenguaje.

Y, en este contexto, me asalta una cuestión: ¿Cómo es posible que una profesión tan arcaica como vocacional, vocifere ahora por las calles su malestar de una forma que nos sorprende a todos? ¿Cuál es el meollo del asunto, el hueso duro de roer, que hace gritar a un colectivo que parecía estar suficientemente entregado a una labor sanadora tan arraigada en la condición humana?

La problemática actual que vive el médico es un termómetro del cambio de época y de declive, de un modelo completamente inoperativo como ineficaz, para el abordaje de las esperanzas e ilusiones presentes. En este sentido, no es ninguna novedad, puesto que el médico, como cualquier otro ciudadano, sufre las mismas consecuencias del cambio de marcha que estamos afrontando. Venimos de un mundo, con sus paradigmas y formas de entender el marco económico y sociocultural, y caminamos hacia lo desconocido inmersos en una incertidumbre, con impronta tecnológica, que lo está transformando todo a un ritmo demasiado acelerado.

Además, el individuo actual, adoctrinado en el imperativo de una cultura de ocio generalizado, ansía en exceso una vida sin trabajo para al fin poder «vivir», anhelando conseguir de este modo todo aquello que el trabajo supuestamente le impediría. Y, claro está, todo esto sin la merma retributiva subsiguiente; lo cual, como comprenderán, es el magma de una insatisfacción y protesta permanente.

Es una paradoja de nuestros tiempos pero suficientemente alentada en una época de paro, ralentización económica y falta de perspectivas y de proyectos para la población juvenil, que ha cimentado en la ociosidad, fundamentalmente retribuida de diferentes formas, la dicha de todos aquellos desheredados de la historia.

Qué duda cabe, que toda esta animadversión generalizada hacia la actividad laboral, se nutre de las malas condiciones de trabajo que se han ido gestando a lo largo de la última etapa, hasta precipitar una huida in crescendo de la población activa en edades cada vez más prematuras y por motivos variopintos (jubilaciones anticipadas, prejubilaciones y acuerdos por ajustes de plantilla, cierre de empresas...). Algo que antaño sería completamente inviable porque para vivir era necesario trabajar de forma indefinida.

Y, aunque esto configura un panorama bastante incierto para todos, hay algunas particularidades que permiten comprender la confusión de un colectivo médico que, hasta hace poco, había hecho escaso ruido socialmente hablando.

Es muy resaltado que la Medicina es un saber reconocido desde tiempo inmemorial y el médico una autoridad sumamente respetada en la historia, lo cual le ha proporcionado un semblante de confianza necesario para su actividad. De hecho aún sigue estando en la cúspide de los profesionales más valorados por la población en general.

No obstante, todo lo ha acaecido en los últimos tiempos (declive de los semblantes de autoridad, tecnificación del marco profesional, modificación de roles en el contexto de la sanidad, trabajo en equipo, progresiva canalización de la formación a partir de canales tecnológicos o de las redes sociales…), ha ido precipitando en el médico una imagen más devaluada de sí mismo, que ya no se ajusta en el modelo que previamente había configurado su imagen. De ahí la sensación de pérdida de carisma con el que el profesional vive ahora el encuentro con un paciente mucho más demandante y seguro de sus derechos, y menos presto a reconocer de entrada su saber.

De hecho, el abordaje puramente clínico, paradigma del arte y de la maestría mágica del médico, se ha visto ahora desplazado por el «conocimiento y hacer a partir de la tecnología», así como por la captura en protocolos, programas y artificios de consenso que restan mucho valor a la experiencia y el saber articulado en su propia práctica.

Además, el campo médico se caracteriza en la actualidad por cierta desigualdad entre el colectivo y sus condiciones laborales (médicos propietarios, interinos, comisiones, contratados, de área...), lo que dificulta también la sensación de pertenencia grupal.

Y no debemos olvidar tampoco lo que ha supuesto para este colectivo y su valoración imaginaria personal y social, el pasaje de un profesional liberal, que desconocía el término jubilación, para entrar en la socialización de la Medicina y la subsiguiente retribución asalariada. Un aspecto completamente novedoso pero confrontado con su amplio devenir histórico.

El resultado de este conglomerado de tensión entre la imagen actual y la de antaño, es que en este momento el profesional ya no goza del mismo prestigio con el que él mismo se había ilusionado a lo largo de su travesía formativa. Luego fallan los modelos de identidad y de identificación con los que el profesional había capturado su imagen en un cierto plano de seguridad y de vigor, porque hay que reconocer que el significante «médico» es un vocablo sumamente potente.

De ese modo, lo que retorna ahora, es una imagen devaluada que ya no goza del valor histórico de antes y deja al profesional a la deriva en un deseo que no llega a formularse adecuadamente. Algo completamente inimaginable cuando comencé mi andadura por la Medicina hace ya tantos años.

Son todos estos aspectos, en conjunto con un marco sociocultural en transformación, los que inciden en la huida precipitada de muchos profesionales hacia el extranjero, la jubilación, la protesta, el absentismo, las bajas laborales, o lo que es aún peor, el hastío hacia una profesión que ha sido reflejo de éxito a lo largo de la historia, tanto como el espejo en el que el paciente veía un asidero para su malestar.

Qué hacer pues. Es un tema sumamente difícil de solventar, que necesita reflexión, tiempo y elaboración personal, así como modificaciones estructurales impensables a la luz de un contexto político simplemente preocupado en que la rueda gire y gire. Pero lo que resulta completamente evidente es que la problemática subyacente no se soluciona sólo con dinero. Tampoco con mejoras parcheadas en el ámbito asistencial o cursos programados a la carta, porque el asunto es estructural y con matices de fondo, que atañen a la percepción y configuración del entramado identificatorio e imaginario del profesional, en sintonía con un modelo completamente caduco.

Luego lo que falta, y es también lo que cada uno debe encauzar de forma individual, es el duelo por una imagen que ya no volverá del mismo modo. Pero también el empuje de un deseo hacia el encuentro con un paciente que haga del «acto médico» algo creativo, a pesar del furor y la fiebre de las máquinas.

Tal vez por esto hay que dejar de pensar tanto en «ser» funcionario o estatutario, especialista de esto o de lo otro, para intervenir simplemente en el lugar del médico, sanador del cuerpo y de las almas.

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