Diario de León

Inteligencia artificial, ¿un problema más o una solución de problemas?

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Desde mi ignorancia del mundo de software y su actual desarrollo, me pregunto: ¿deberíamos estar preocupados por la Inteligencia Artificial (IA)? Mientras que Facebook, Apple y Google invierten miles de millones en IA, son pocos los que desde la ética se preocupan por analizar esta nueva realidad y sus posibles consecuencias. Existe una rama incipiente del estudio ético académico, influenciada por la doctrina social católica, que tiene como objetivo estudiar las consecuencias morales y contener el daño que la IA pueda causar. Ante la expansión de la IA, se suelen distinguir dos tipos de inteligencia, la Inteligencia artificial general (IAG), que no solo simula el razonamiento humano sino que lo supera al combinar el poder computacional con cualidades humanas como aprender de los errores, la duda y la curiosidad sobre los misterios de la vida, y la inteligencia artificial estrecha o débil (IAE), que se refiere a un conjunto de preguntas prácticas sobre el impacto de esta nueva técnica en los productos de consumo, como teléfonos inteligentes, drones y algoritmos de redes sociales.

El momento «singular» en que las máquinas se vuelvan más inteligentes y quizás más poderosas que los humanos, la IAG producirá una clara ruptura con muchos de los relatos religiosos tradicionales y creará serios problemas de tipo filosófico y teológico. Yo creo que de momento hay una falta de conciencia en nuestra sociedad sobre la IAG y sus efectos para la humanidad. Pero antes de llegar a ese extremo, ahora nos referirnos a la rama de la inteligencia artificial simple, más preocupada por problemas prácticos, como si es ético que tu teléfono sepa dónde estás en cada momento, cuándo venderte una pizza o dónde vas a ir de vacaciones para ofrecerte determinados productos. Mientras la inteligencia general artificial se va abriendo camino, la simple inteligencia artificial ya está entre nosotros: Google Maps te sugiere el camino más rápido para llegar a tu destino; programas activados por voz, como Siri, responden a muchas de tus preguntas; Cambridge Analytica analiza datos privados para ayudarte a tomar decisiones; y drones militares eligen cómo matar personas en el campo de batalla.

La invención de internet cogió por sorpresa a la mayoría de los pensadores críticos y existe una falta de conciencia en nuestra sociedad sobre las cuestiones morales que puede plantearnos la IA. La filosofía y la teología no saben lo suficiente sobre la tecnología para contribuir a humanizar esta nueva realidad. Las propias empresas tecnológicas están dedicando más recursos a la ética, y los líderes tecnológicos están pensando seriamente en el impacto de sus inventos. Una encuesta recientemente realizada sobre los trabajadores de Silicon Valley encontró que muchos habían prohibido a sus propios hijos usar teléfonos inteligentes.

Entre los preocupados por la IA existe un temor a que las nuevas tecnologías destruyan puestos de trabajo, como sucedió con la revolución industrial en el siglo XIX. Pero también existe la posibilidad de que el impacto de la automatización no sea tan malo como se teme y produzca más puestos de trabajo de que los que destruya. Los teóricos éticos sobre la IA plantean sus propias preguntas. Debaten si las empresas de tecnología y los gobiernos deberían desarrollar la IA lo más rápido posible para resolver todos nuestros problemas o bloquear su desarrollo para evitar que las máquinas se apoderen del planeta. Se preguntan cómo sería implantar un chip en nuestro cerebro que nos haría 200 veces más inteligentes. ¿Podría ser eso un derecho humano? Algunos incluso especulan que la IA creará un nuevo futuro para la humanidad.

Un pensador católico que reflexionó profundamente sobre el impacto de la inteligencia artificial en la primera mitad del siglo XX, fue Pierre Teilhard de Chardin, un jesuita y científico francés, que vio toda la tecnología como una extensión del ser humano. Sus escritos anticiparon internet y lo que la computadora podría hacer por nosotros. Sus argumentos puramente filosóficos sobre la tecnología han vuelto a ganar vigencia entre los pensadores católicos de este siglo. Los pensadores cristianos dicen que toda concepción tecnológica debe promover el desarrollo natural de la persona humana. Teilhard fue más lejos. Razonó que la tecnología, incluida la inteligencia artificial, podría vincular a toda la humanidad, llevándonos a un punto de máxima unidad espiritual a través del conocimiento y el amor. Llamó al momento del encuentro espiritual global el Punto Omega.

Curiosamente, el debate de la IA está provocando cuestionamientos teológicos por parte de personas que normalmente no hablan mucho de Dios. Es fácil darse cuenta de que nuestras vidas están cada vez más influenciadas por el software de toma de decisiones. Pero todavía tenemos nuestra libertad. Todavía podemos tomar decisiones, aunque muy condicionadas por el entorno social. Por todo ello, sí debemos estar preocupados por el desarrollo y la dirección que tome la IA.

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