Diario de León
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Se ha comentado en la peluquería a la que acudo desde hace años que los asesores del primer ministro español deben estar abatidos (se usó otra palabra) tras lo ocurrido. Dicen que son 800 o más. Y «menuda miradita les ha debido echar el jefe el lunes por la mañana…», comentó otro cliente antiguo.

Suena bien eso de ser asesor y ser capaz de pronosticar el futuro, así como ser capaz de aconsejar a tu jefe por dónde tiene que ir para garantizarse el éxito con su clientela o con el electorado. Y todo eso, además, estando bien pagado. Tras esta última experiencia está claro que los Asesores también lloran.

El cliente Beltrán, como yo, estaba sentado en la silla esperando turno y hablaba a la vez que hojeaba las revistas. Agudo de cabeza opinaba de la situación actual. En su opinión, lo mejor que podíamos hacer es ir cambiando algunas denominaciones para no llamarnos a engaño ni seguir creando expectativas.

Primero, lo de los asesores. Con los resultados obtenidos en la reciente elección y anteriores así como las respuestas de la calle que no ven venir o no se interpretan bien está claro que no andan atinados. Triste profesión cuando fallas. Visto lo visto, todo lo que al final se puede conseguir es expandir el potencial del gran jefe; pero no se puede asegurar en qué dirección. Proponía Beltrán llamarles «Aerosoles».

No quedó ahí la cosa. Siguió. Habría que revisar el propio nombre de elecciones generales ya que es mucha la gente que no vota por lo que quiere (es decir, elegir) sino por lo que ¡no! quiere bajo ningún concepto. Se apodera de las mentes el miedo de que « vengan los otros» y eso es un arma poderosa para poder dirigir las voluntades. Decía de llamarlas «Noelecciones», hasta que de verdad haya «elecciones» en las que cada cual pueda votar a lo que le parece más conveniente para él/ella y para la sociedad y tiempo que le ha tocado vivir.

Este fenómeno hace que muchas buenas gentes se lancen al otro concepto tan desgastado como es el llamado voto útil. La pregunta es sobre la utilidad que puede tener el que un ciudadano/a vote a fuerzas que no le representan realmente. Es más, se sabe poco de los que van a llegar al poder y cuando se sabe algo la verdad es que los méritos y experiencia son escasos en muchas ocasiones.

Fuera de una base de seguidores muy fieles y leales no hay convicción en «a quien se le da confianza». Al final es un voto que como mucho produce cierto alivio por frenar una caída por el barranco sin frenos. Así que Beltrán, que iba lanzado, propuso el nuevo concepto a esperas de tiempos mejores: el «Votoalivio».

Y para rematar —seguía mirando a las revistas y hablando— quería hacernos ver que le parecía insólito que hayamos caído en la normalización de que se vote a opciones que lo que venden es que «van a hacer cumplir la ley». Ni más ni menos. Pero necesario cuando vivimos en un «régimen» que prácticamente anima al personal a «okupar» la propiedad ajena, los gobiernos legislan en contra del contribuyente y a favor del que no es. La lista de agravios en los últimos tiempos es larga. Por lo que no entendía el buen Beltrán tanta euforia, tanto triunfo entre los vencedores. Esa sensación de haber barrido. No supo ponerle ninguna denominación.

Simplemente nos preguntó (yo estuve de acuerdo) en por qué no se nos pregunta más a menudo lo que pensamos «la mayoría silenciosa». Habría menos sorpresas.

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