Diario de León

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Dentro de poco se celebrarán las próximas elecciones generales y los diferentes partidos políticos comienzan a engrasar su maquinaria a la vez que hacen resonar los consabidos tambores y advertencias calculadas.

No obstante, al hilo de este empuje de palabras e imágenes ya conocidas, recuerdo el comienzo de lo que fue el inicio del tránsito democrático hace ya cuarenta años, mientras paseo y miro con tranquilidad el ocio que reina en nuestras calles. Recordemos que son los mismos años que duró el régimen franquista sin consultas ni votaciones semejantes.

En aquellos comienzos, las elecciones movilizaron los ánimos de la ciudadanía hasta cotas desconocidas. Había cierta ilusión y mucho entusiasmo en parte de la población, porque eran las primeras consultas democráticas, y se esperaba un cambio, una diferencia con la vida anterior, aunque ciertamente aún no se supiera en qué consistiría. Además, existía incertidumbre en cuanto a los resultados o el giro que el país podría adoptar, puesto que partidos desconocidos, de todos los signos, iban a participar en una consulta que el propio régimen estaba pactando.

Es cierto que no todo el mundo estuvo a favor de las elecciones, bien por su indiferencia hacia la propuesta o por la necesidad política de impulsar la abstención. Por ejemplo, grupos anarquistas y comunistas radicales mantenían la idea de que el sistema parlamentario, que se pretendía legitimar con las urnas, nacía de la misma mentira de siempre, es decir, de la engañifa manipuladora del capital frente a la clase trabajadora, proponiendo un sistema que simplemente implantaría la gestión económica frente a cualquier auténtica transformación política.

Sin embargo, esta reflexión era liderada por una minoría de estudiantes o de iluminados sin domicilio fijo, alborotadores y festivos, en cuya mochila se ingeniaban consignas y frases sumamente poéticas, pero completamente ineficaces para modificar los pensamientos y las actitudes de una población tan temerosa como obediente a los dictados del que manda.

Y no olvidemos que quien gobierna, por el lugar que ocupa, marca el sistema de creencias, pensamientos e ideas posibles para gran parte de la población.

Lo cierto es que en aquella época la calle se convertiría en un espacio para disentir, compartir o imaginar lo imposible, mientras la televisión del momento se afanaba por mostrar lo que más convenía mediante portavoces salpicados por el miedo cuando no, por la inseguridad. Fue un verdadero choque entre los que pretendían encaminar el proceso hacia aguas mansas con diques pactados y los que anhelaban conseguir una ruptura con el fin de alcanzar un mundo aún por clasificar. Como comprenderán fue un instante en el que se confrontó para muchos el ardor del alma y de las pasiones frente al férreo dictamen de la razón y la voz de la experiencia, que es siempre difícil de escuchar.

Todavía recuerdo el tumulto de las calles, abarrotadas de carteles con promesas y más lemas, junto a la inmensa cantidad de propaganda que servía de alfombra a nuestro paso; y no era difícil encontrar grupos que, alertados por la novedad, debatían ideas con pasquines en mano, como si la propia vida les fuera en ello.

Ahora sonrío cuando pienso en todo esto mientras contemplo la belleza de nuestra Catedral que se mantiene incólume tras el paso del tiempo, y no dejo de asombrarme una vez más ante la firme determinación de los seres humanos para construir obras que pretenden llegar al cielo.

Pero muchos hombres y mujeres de aquella época, alimentados por una fe que se nutre de la ilusión y de la esperanza, desconocían en ese momento lo que entre bastidores se estaba verdaderamente cociendo, bajo las brasas de los intereses más espurios y mercantiles.

Y mientras los jóvenes se divertían y alborotaban las calles, los mayores miraban el escenario con total sorpresa o recelo, pensando que ojalá el tiempo pudiera curar las heridas que en muchos de ellos aún perduraban, porque habían conocido el terror de la discordia y por nada del mundo querrían volver a resucitar al dios de la guerra.

No voy a descifrar en qué ha quedado todo esto porque es suficientemente conocido por todos. Del entusiasmo inicial a la desafección política actual, pasando por la decadencia del sistema o la dificultad para interesar a una población que mira más a las vacaciones, que a cualquier debate electoral, lo cierto es que nos comportamos como cualquier democracia de nuestro entorno. Y si ocasionalmente alguno de ustedes contempla las citas o las conversaciones entre los participantes, les anticipo como hipótesis que es más para comparar los «dimes y diretes», que para sentir un verdadero compromiso con sus propuestas.

Sí, es cierto, tienen razón los partidos de izquierda al temer por la abstención o la indiferencia de la población, porque esta ausencia, si se da, les va a perjudicar ciertamente. Y es que son muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, los que bebiendo del elixir de la ilusión, se encandilaron con su propuesta de cambiar el mundo para comprobar, al final del recorrido, que el maquillaje y la mascarada que se cierne durante las elecciones, transforma más la vida de los políticos que la raíz del sistema.

Mediten, disfruten de lo que tienen y que pasen, si es posible, unas buenas vacaciones.

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