Diario de León

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¿Es posible que un pequeño gesto, como el aleteo de una mariposa, pueda cambiar el clima?. En general, se tiende a creer en los profetas y sus grandes promesas; o en los audaces aventureros y sus heroicidades; o en los músicos que arrebataron con sus novedades sinfónicas nuestras mentes; o en los escritores y las magnas epopeyas; o en los científicos y sus geniales invenciones; o en las mujeres que supieron encauzar con su lucha la mirada masculina hacia una feminidad reprimida…

En fin, se cree en las magnas proezas como modo de transformación de nuestro mundo.

No obstante, en este contexto de creencia en las grandes empresas humanas, poco valor se otorga al contacto diario con nuestros semejantes, como forma para cambiar nuestras vidas y también la de los demás. Lo cual no deja de ser un contrasentido, sino también una pérdida de todo aquello que verdaderamente estaría de nuestra mano, a partir de pequeños gestos.

Dicho de otra manera: no se es capaz de mirar lo que se tiene delante de los ojos y, sin embargo, se otorga un valor infinito a un ideal que eclipsa nuestra mirada, pero que nunca se alcanzará.

El Mundo, con mayúsculas, no tiene arreglo; lo digo con total franqueza. Pero la vida de cada uno de ustedes sí, siempre y cuando se haga un esfuerzo psíquico valiente para que sea así. Y quizá también lo sería para los más próximos a ustedes, si fuéramos capaces de apreciar en sus rostros la necesidad que les embarga, que en principio, por nuestra condición de empatía reducida, nos aturde con demasiada frecuencia.

Hace unos días, visionando el filme El viaje de Harold , ciertamente emotivo pero muy verosímil, volví a pensar en la capacidad que puede despertar el deseo de una persona, aunque sea a través de la culpa y su corolario en forma de sacrificio.

El planteamiento del film era sencillo. Cada ciudadano estaba metido en su burbuja e incapaz de apreciar los sentimientos y necesidades del prójimo, mientras los protagonistas, una pareja de ancianos, se veían infiltrados por una culpa mortecina y silenciosa, en relación con «errores» no reconocidos del pasado.

De ese modo, la incomunicación y el silencio entre ellos mecanizaba sus vidas, mientras cada uno trataba de maquillar su existencia con actividades completamente anodinas, delatándose la incomunicación en su faz más certera.

Pero he ahí que una señal en forma de carta, de una antigua compañera de trabajo, moribunda, despertaba el recuerdo del marido anciano y todo se transformaba. La necesidad se mutaba en deseo y sacrificio, a partir de una culpa que buscará ahora una solución, que no sea el olvido o la resignación mortecina.

Es evidente que se otorga demasiado valor a cosas innecesarias y se pasa por alto lo más valioso que podemos tener: el contacto humano y la capacidad de deseo que, misteriosamente, puede mover las almas. Porque no se olviden que no hay vida sin deseo.

Pero tampoco hay medicina del deseo ni pócima alguna que lo despierte, porque éste brota de la mismisidad del alma, de ese inconsciente a flor de piel que infiltra nuestras apetencias, anhelos más íntimos y pensamientos, para mover el cuerpo y dar sentido a nuestra existencia, siempre y cuando seamos capaces de ponerlo en acto de forma decidida.

Y, es esto mismo lo que el protagonista de la cinta pone en juego, al sentir la necesidad de reconciliarse con su historia.

Ahora bien, del mismo modo que el deseo puede estar adormilado o inoperante, la depresión es el ejemplo más fidedigno, a veces sin saber muy bien cómo ni por qué, éste se pone en marcha para mostrar lo más importante de la condición humana: el ansia de vivir y el acicate de que este efecto vital tenga consecuencias también en nuestros semejantes.

Es lo que venía a mostrar la película, es decir, el funcionamiento de un deseo que está más allá de la necesidad del cuerpo o del valor que se puede otorgar a las cosas, siendo éste mismo el que es capaz de poner en marcha todo lo demás.

Porque una vez que el deseo se pone en juego, el resto resulta superfluo. Hasta el cuerpo puede ser pasado por alto con el fin de alcanzar el supuesto objetivo, hasta entonces imposible de ser llevado a cabo.

Por otra parte, es meritorio en el trabajo cinematográfico mostrar el interés de ayuda entre la población más necesitada y frágil, los emigrantes, buscando así el contraste con nuestra afamada sociedad de consumo, tan «placentera» y tecnificada como carente de empatía.

Igualmente resultaba llamativo ver cómo la gente se veía fascinada por las grandes promesas o ideales sin fin, mientras la empatía en el aquí y ahora, se manifestaba con gran dificultad. Lo cual refleja un aspecto muy presente en la condición humana, motivo de grandes controversias y teorías variopintas, que no paran de preguntarse el por qué de la dificultad para ponerse en el lugar del otro.

Además, y es también motivo de acierto, transmitir la imposibilidad de un deseo colectivo con capacidad para hacer realidad ese horizonte que él mismo se propone.

Porque el deseo, el auténtico deseo, es siempre individual y subjetivo, situando al individuo en la posición de tener que actuar en solitario, sin más brújula de orientación que el propio empuje. Lo cual no quiere decir que los individuos no puedan agruparse en una empresa colectiva a partir de múltiples ideas, apetencias o intereses, como bien conocemos.

Pero no es eso precisamente lo que muestra la cinta, de un modo preciso, para marcar además, las interferencias que se presentaban en el deseo del protagonista cuando los otros individuos que se le acercaban, hechizados por su plan, quedaban capturados en el deseo del otro, haciendo de esto su propia tabla de salvación a la vez que hacían naufragar el ímpetu del mismo.

De ese modo, todos los personajes de la obra, de una u otra forma, serán llevados a tener que responder sobre la pasión del protagonista, ejemplificando que es cierto que el deseo puede mover almas sin hacer milagros, del mismo modo que el aleteo de una pequeña mariposa podría modificar el clima o, al menos, eso piensan los científicos a la luz de sus experiencias y teorías no deterministas sobre el caos.

Si esto es así, o sí así pudiera ser, entonces bien haríamos en cuidar exquisitamente nuestros pequeños gestos cotidianos, porque de ellos pueden surgir efectos inesperados en el alma, de todos aquellos que fluyen alrededor de nuestros actos y palabras.

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