Diario de León

Pedro Sánchez se apropia España

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No es suya, pero se la ha apropiado. Nos referimos a Pedro Sánchez y a España. El maniquí ha creído que ser presidente del Gobierno da derecho a hacer lo que le plazca. Así que, sin ser suya, se ha apropiado de España. Piensa como aquel adulto de mi pueblo que decía a su progenitor: «padre, ¿verdad que todo es mío?», a lo que el padre, para complacerle, respondía: «sí, hijo, sí, todo es tuyo». Sin embargo, el sátrapa no necesita preguntar ni a su padre. Es tan autosuficiente y engreído, que mirándose al espejo le interroga: ‘espejo, espejito mágico, ¿verdad que España soy yo?’. Lo que vino a decir cuando en el Comité Federal manifestó que defendía «en nombre de España la amnistía en Cataluña». Un Comité Federal que «se rompía las manos aplaudiendo su torticera manipulación de la verdad, esa obscena pretensión de hacer coincidir los intereses de España con los suyos personales» (J. Cacho). «Pues como español le digo que en mi nombre no. Estoy convencido de que tampoco en el nombre de millones y millones de ciudadanos de esta nación llamada España. No utilice el nombre de España en vano» (B. Rubido). Es sabido que el autócrata no negoció la amnistía en nombre de España, «lo hace en nombre de Pedro Sánchez. Sólo de Pedro Sánchez. Y en su viaje… tiene la comprensión de todos los cargos públicos y políticos que dependan de él en su nombramiento o mantenimiento en la poltrona… Sánchez vende el alma del estado democrático, social y de derecho por un puñado de votos» (F. Sierra). El déspota asocia España a su persona. Pone al mismo nivel sus intereses y deseos personales con los de España. Hace de la necesidad virtud, como así dijo. Y volvió a hacerlo en la carta remitida a los miembros de la tribu donde cínicamente insistía en defender la amnistía en Cataluña «en el nombre de España, en el interés de España y en defensa de la convivencia entre españoles». «Esta es la gran tragedia de España: ocupa el Gobierno quien confunde el interés del país con la ambición de una persona que lidera una organización, el PSOE, cegada por el poder» (J. Vilches).

«En nombre de España», o ‘España soy yo’, fue como el maniquí se dirigió a sus lanares, mientras que simpatizantes del rebaño autodenominados intelectuales —más bien descerebrados, aborregados y apesebrados— han osado firmar un manifiesto en el que, proyectando sus miserias —a Freud se le hubiera acumulado el trabajo y le hubiera faltado tiempo para psicoanalizar a tan numerosa canalla—, denuncian, según ellos, el «ascenso global de la intolerancia y la deriva autoritaria de la extrema derecha» y que «el odio, el rencor y el miedo vuelven a utilizarse para justificar dinámicas que van en contra de la libertad, la igualdad y la fraternidad». Lo dicho, mecanismo de proyección conforme a la teoría del psicoanálisis freudiano. Cabe, pues, preguntarnos: ¿Se han mirado al espejo? ¿Están al corriente del golpe de Estado que protagoniza la banda rupturista, mezcla de comunismo, esquerrismo, bilduetarrismo y secesionismo catalazi y vasconazi, comandada por el sanchismo? Con ellos España no evoluciona, involuciona; no progresa, regresa. El sanchismo «no es un signo de modernidad que avanza, sino de pasado al que se retrocede… Sánchez y los suyos pasan a encabezar el golpe contra la legalidad constitucional después de la tentativa fallida de sus hoy socios» (F. Rosell); y sin Puigdemont, ni Gobierno ni colchón.

Al caudillo Sánchez, dueño y señor de España, le sobra la Constitución y el Estado de Derecho; le sobra el Poder Legislativo y el Poder Judicial; le sobra el TC y el CGPJ; le sobra la Fiscalía y la Abogacía del Estado; le sobran los partidos políticos de la oposición y la mitad de la sociedad civil —la que le censura y no le vota—; incluso le sobra su propio Gobierno y el PSOE. Al caudillo Sánchez le sobra todo y todos. En el nombre de España, España es Su Persona. Su ley de amnistía es una traición a la Constitución, un atentado a la unidad e integridad de la nación y una escandalosa concesión a los golpistas catalanes, cuyo único objetivo es mantenerse en el poder con un Gobierno de extrema izquierda. La aprobación de la Ley de Amnistía derogará la Transición, confirmará la ruptura del proyecto común surgido de la reconciliación, despertará rencores olvidados y enfrentará de nuevo a los españoles. El sanchismo nos devuelve al guerracivilismo. «Sánchez es un cronómetro enfermo e indeseable. Su tiempo es mala historia para España, un período amarillento y nefasto que nadie querrá recordar» (J. M. Múgica).

España con Pedro Sánchez ha dejado de ser libre y demócrata. La ha secuestrado y se la ha apropiado. El cacique ha devenido en su propietario al que obedecen y sirven borreguilmente los comisarios políticos colocados en altas instituciones y organismos del Estado. Tampoco hay democracia. El sanchismo cancela al discrepante y obstruye la alternancia en el poder. Castrismo y chavismo. «Si el provecho de una democracia consiste exclusivamente en que gobiernen los míos a cualquier precio, francamente es mejor dejar de hablar de democracia… Nos gobierna quien ha hecho, no de la necesidad, sino de la división, virtud» (A. Caño).

Qué razón tenía Gregorio Peces-Barba cuando en el año 1986, siendo presidente del Congreso, proclamó que «en la democracia todos estamos sometidos al Derecho y tenemos que servir a los valores superiores del artículo primero del texto constitucional, sin que haya sitio para quienes pretendan estar dotados de una legitimidad carismática y se consideren intérpretes auténticos del pueblo. Porque aquí el poder es de todos y se ejerce por medio de la Constitución y de las leyes por las instituciones y los órganos legitimados democráticamente para ello».

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