Diario de León

Trampas, palancas y elefantes adversativos

Publicado por
Pedro Bahíllo
León

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Resultaría muy difícil encontrar una interpretación tan clara como la que yo he observado sobre la procedencia de la frase «de las trampas salen palancas», así que traté de corroborarla en Google. Lo curioso es que Pedro Trapiello se me adelantó, ya en 2013, para tratar de aclarárnoslo en su columna Cornada de lobo . En la misma, confiesa que no tiene la menor idea de qué significa eso de palanca, pero induce que se trata de un escarmiento. ¿Qué otra cosa puede lograrse con las trampas?

Mi interpretación parte de un origen totalmente distinto. Se trata de la moraleja de un cuento marrullero, es decir, uno de esos cuentos que suelen utilizarse para burlar a las autoridades. Pude observarlo uno de esos días en los que uniformado como agente medioambiental salí con uno de mis compañeros a proteger la madre Tierra (esto de la naturaleza está adquiriendo un tono un tanto religioso) y aplicar la ley a aquellos a los que les es de aplicación: los robagallinas. Y fue a la altura de Valdefrancos cuando vimos a una anciana encorvada con un palo de roble grueso y de más de dos metros de largo cargado a hombros. Sin solicitud de corta, sin conocer su procedencia, sin saber si procede de lo público o lo privado porque ¡qué narices le vas a decir a nadie por un triste trozo de leña! Aun sigo admirado: ¡qué mujer!, ¡qué dignidad!, ¡qué valía! Me conquistó solo con verla, tan menuda, tan frágil y aún así llevándose recursos forestales de desconocida procedencia delante de nuestros ojos… ¡Qué maravilla de mujer! Un viejo vicio creado del hábito y éste tal vez de necesidades antaño sufridas para poder criar y dar una educación a sus hijos. El compañero debió de pensar lo mismo porque en aquel mismo instante me dijo: «trampa a trampa hace un leñero».

Mi compañero no estaba acusando de nada a aquella anciana. Si alguien lo ha interpretado así es porque desconoce una de las acepciones de trampa que no tardando desaparecerá en el olvido. Es una acepción común hasta hace poco en el medio rural (al menos en León) y que no está recogida por la Real Academia de la Lengua Española. Una trampa es un palo largo, normalmente de roble, y expresiones como ir a por un tractor de trampas significa ir a cargar pequeños robluchos de esos tan comunes en nuestros montes.

Ahora viene la segunda parte en la que baso mi interpretación. Surgió un día en el que el todoterreno se nos quedó con los bajos apoyados en el suelo y las ruedas en el aire dentro de dos roderas de un camino forestal. (Yo no conducía, por supuesto). Cuando el agua hace de las suyas en los caminos a veces ocurre en esos lugares en los que difícilmente se puede dar la vuelta y más difícil es que pueda llegar allí una grúa, así que tenemos que ingeniárnoslas como podemos. Fue mi compañero (el mismo que metió el coche en la rodera), el que me dijo: «voy a por una trampa». Y sí, utilizó esta acepción para regresar con un palo grueso que cortó con el machado. Le dimos apoyo con una piedra, colocamos la parte larga en los bajos del coche y, entre los dos, movimos los más de mil kilos del suzuki para calzar las ruedas y poder salir de allí.

Y es que de las trampas salen palancas, es decir, ayudas tanto en su sentido literal como metafórico. Imprescindibles para sortear ciertos abusos de los burócratas.

Otra cosa distinta son aquellos que ostentan tanto poder que prácticamente están por encima de las leyes y que nosotros controlamos, solo un poco, eligiendo o rechazando un lobbie o partido político concreto. Estos señores, familias y amigos procuran no llegar a las manos, lo que nos arrastraría a todos, a través de la división de poderes, las elecciones, el imperio de la Ley y, en definitiva, la Constitución de 1978, cuya modificación necesitaría un amplio consenso de todo el arco parlamentario. Yo estoy de acuerdo en que hay que hacer un esfuerzo enorme para creerse que somos iguales en derechos pero… es mejor eso a que, a través del control de las instituciones y retorcer las leyes, nos veamos sin contrapesos y arrastrados hacia el totalitarismo. Sería razonable pensar que los robagallinas somos responsables de lo que nos ocurra debido a nuestro voto, pero hay fuerzas de nuestra naturaleza con las que nos manipulan. Entre otras la necesidad de pertenencia grupal o que te sitúen de forma arbitraria o en KAS naranja o en KAS limón por el solo hecho de opinar. Jane Elliot, una profesora inglesa, lo probó a través de lo que se denomina experimentos de grupo mínimo. Buscó un atributo arbitrario: niños de ojos azules frente a niños de ojos marrones y, haciendo uso de su posición de autoridad, comenzó a decir que los de ojos azules eran más guapos, listos y mejores. Los resultados ponen los pelos de punta: se comenzó con tratos peyorativos hacia los niños de ojos marrones hasta llegar a la agresión física. Después de que a través del odio la población se ha dividido en grupos polarizados y arbitrarios, salvo que logres no opinar ni votar absolutamente nada (que ni con esas), ciertos lobbies de poder ya pueden hacer de ella lo que se quiera. Nos convierten en puro sentimiento sin ningún control lógico. La prueba es que ni tan siquiera opera en nosotros el principio de no contradicción (algo no puede ser una cosa y su contraria al mismo tiempo) y cuando escuchamos del líder algo así como blanco-negro por cambio de opinión asentimos con la cabeza y decimos amén. Podría ser que, pese a no tener mucha lógica (Cristobal Colón se aventuró rumbo a las Indias y acabó descubriendo América debido a errores de cálculo), nos lo justifiquen con que al fin y al cabo se llega a resultados acordes con las creencias del grupo. Es entonces cuando comprobamos que los resultados que se observan no coinciden mucho con la realidad y comienza el delirio: somos el Gobierno progresista de la ley del ‘sí o sí’, la entrega del Sahara al rey de Marruecos, la legalización de la malversación o enriquecer con los impuestos de todos a las regiones más ricas de la nación (por hacer una crítica actual y no perdernos en montañas y desiertos del pasado). Cuando el dolor de oídos provocado por semejantes incongruencias no se soporta, los dueños del lobbie del elefante Kas naranja (póngasele los atributos que deseen que a mí me da la risa) convencen a sus acólitos de que centren su mirada en los del elefante Kas limón para proyectar en ellos el dolor de oídos y de paso se sientan amenazados por el miedo a un dolor de muelas. Al final, se coge tal odio a viejos amigos, cuñados y primos que dan ganas de molerlos a palos.

Llegaremos a la cena de Navidad sin poder opinar ni del tiempo atmosférico si no queremos acabar pegando voces con que si eres de KAS naranja o de KAS limón. Aunque la mayoría, independientemente de a quién se vote, quiere que se llegue a acuerdos por el interés general. Son esos lobbies (clientes, parientes, follamigos… pero con todo mi respeto a las militancias de los partidos políticos) los que lejos de representar la soberanía del pueblo se dedican a crear elefantes adversativos y miopes de pura pasión y que a la larga nos pueden arrastrar a un totalitarismo sea del signo que sea. Incluso (y esto es lo que menos deseo) volvamos a comprobar que donde ya no hay ley (pacto para los cortesanos y obligado cumplimiento para los robagallinas con palancas), se impone la fuerza.

«Cuando dos elefantes luchan, es la hierba la que sufre». Cita de Guinea Ecuatorial recogida del libro Palm eras en la Nieve.

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