Diario de León

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El tiempo pasa para todos mientras los anhelos se difuminan de forma diferente para cada uno de nosotros. Sin embargo, al final, todo llega, aunque no, precisamente, cuando uno quiere ni de la misma manera.

Así funciona la vida, en general, y es un signo de «buen vivir», comprender y aceptar este ritmo que no depende completamente de nosotros, pero que nos afecta. Lo cual no significa verse sumido en una actividad mortecina o estéril, sino más bien saber esperar, de forma activa, el fluir de los acontecimientos, sin demasiada esperanza ni tampoco desesperación.

De este modo puedo plantear, con satisfacción, la creación del nuevo centro que albergará la asistencia sanitaria de la población, que llevo atendiendo de forma ininterrumpida en un centro provisional, llamado José Aguado, desde hace más de treinta años.

Todavía recuerdo, entre la penumbra de la memoria, la llegada a ese lugar que albergaría mis comienzos profesionales en León. En este sentido, el centro de salud de José Aguado, era el espacio de referencia de una atención primaria que aún estaba por perfilarse.

Si nos atenemos a los hechos, era un edificio poco estético, de carácter funcionarial y ladrillo visto, en medio de un entorno bastante despoblado, en el que profesionales jóvenes pretendían llevar a cabo las ilusiones que todo sujeto alimenta en sus inicios laborales.

Ahora bien, ya sabemos cómo las ideas sucumben ante la monotonía de lo real.

Sin embargo, tuve la oportunidad de incorporarme en los años ochenta, cuando el espíritu de la Transición albergaba tantas esperanzas como promesas, en un equipo que nacía sin tener aún creado el emplazamiento en el que desarrollar su propia labor asistencial. Además, sus primeros miembros —tres en sus comienzos—, no eran especialistas en Medicina Familiar y Comunitaria; lo cual marcaría el destino de un equipo en gestación, que pasaría a denominarse José Aguado I.

Sonrío ahora cuando recuerdo el número «uno» con el que seríamos bautizados porque, en rigor, este equipo que afloraba para atender una zona, que comprendía el barrio del Ejido y otros espacios adyacentes, se convertiría en el convidado de piedra de un centro con promesas de referencia, en la atención primaria de la ciudad.

Y así funcionó este equipo en ciernes, sin demasiado ruido, manteniéndose durante años como grupo disperso, bajo la mirada de un ambiente que le era completamente ajeno, en espera de la tierra prometida.

Después de tantos años de haber recorrido sus diferentes espacios, compartiendo consultas aquí y allá con médicos y enfermeras, para permanecer más tarde en un rincón de la planta tercera, me congratulo enormemente de la experiencia, y de lo que supuso el ejercicio profesional en ese hábitat.

Fue también, en ese mismo lugar, en una habitación que simulaba ser una biblioteca, en el que compartí lecturas y conversaciones con médicos curtidos en todo tipo de trances, que, con dedicación y paciencia, trataban de acomodarse a los nuevos tiempos que impulsaba el floreciente ideario de la atención primaria.

Muchos de ellos no han podido ver el flamante centro de El Ejido, inaugurado recientemente, porque sus vidas se interrumpieron en el declinar de la existencia (Drs. Arienza, Barreiro, Carbayo, Lanza, Salvador Ramos…). Otros, quizá, contemplen ahora lo alcanzado con nostalgia o mirada incrédula (Drs. Cañibano, Estopa, Fontao, Manuel Fernández, Miguel García, Víctor Martín, Onrubia, Zarzuelo…), porque hubo un tiempo en que pensábamos que la creación del mismo era una ilusión maquinada por la Administración, para mantenernos reos de un modo más apacible en un lugar que no nos pertenecía completamente.

Y, allí, en ese mismo espacio, infinidad de enfermeras y de otros profesionales que surgían alrededor de la nueva promesa sanitaria, pudieron comprobar cómo las ideas e ilusiones chocaban con la realidad, hasta socavar y dirigir de modo diferente todo ese ideario, fruto de una época irremediablemente perdida.

Por eso cuando camino por las mañanas para incorporarme a mi nuevo destino, nunca miro hacia atrás, aunque sé que voy en dirección contraria a la que mi mente, hasta hace bien poco, me había guiado de forma automática.

No obstante, por qué no pensar que esta pequeña anécdota de un equipo de primaria que surgió en tierra de nadie, para esperar un centro que no terminaba de alumbrar, tiene también su propio enclave misterioso. Tal vez el mismo que lastra su propio nombre, El Ejido, confundido con la zona que dio cobijo al «pueblo elegido», tan perseverante como perseguido, en esa búsqueda en el devenir de su propia historia.

Por otra parte, es indiscutible que el nuevo centro que ve la luz, se confrontará con múltiples retos, problemas, interrogantes o caminos insospechados, que aún no tienen nombre, pero que ya están aquí de modo latente. Porque la tecnificación de la Medicina, el contexto social y sus demandas, o los profesionales actuales, nada tienen que ver con los inicios de esa experiencia llamada Atención Primaria, que impulsó toda una transformación en el marco asistencial a través de los Centros de Salud.

Para concluir, no querría dejar en el tintero un aspecto sumamente significativo del nuevo punto de atención de El Ejido, que goza de diferentes instrumentos para el desarrollo de la actividad profesional, como de espacios que mejorarán la estancia de todos. ¡Hasta la luz del otoscopio impresiona por su enorme calidad!

No cabe duda de que los profesionales agradecerán el nuevo emplazamiento, y que los pacientes se sentirán gratamente en este hábitat luminoso, silencioso y confortable, acorde con lo que se precisa para ser bien atendidos.

¡Bienvenidos pues!

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