Diario de León

TRIBUNA

Manuel Arias Blanco profesor jubilado de Secundaria

Un país bien construido. ¿Utopía?

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N i izquierdas, ni derechas, solo fuera los extremos. Un país debe conformarse con dirigentes serios y competentes, que vengan de distintas esferas de la vida y con el testigo de ejercer la tarea del compromiso. Un país avanza, creo yo, cuando todos los políticos tiran del mismo carro en la misma dirección. Sobre todo en los momentos clave, donde es necesario una mayoría absoluta. Si no, es mejor no acudir a la llamada de la política. No podemos echar abajo la historia que hemos heredado por el mero hecho de que hoy no lo haríamos así por caduco y trasnochado. Está ahí y hoy lo haríamos de otra manera. Cierto. Nos sirve para explicar si evolucionamos o involucionamos, simplemente. Lo mismo sucede con los avances técnicos. Desde luego sería coherente repudiar muchos actos cometidos —véase, por ejemplo, la guerra—, pero son hechos que nos valdrán para no caer de nuevo en las mismas atrocidades. Todo lo que va contra la dignidad humana está fuera de toda reivindicación. En esto la proliferación de lenguas en el parlamento cuando nos une lengua mayoritaria no ayuda en absoluto. En el trasfondo está la torre de Babel.

A menudo se olvida a los jóvenes, como soporte y ancla de un futuro necesario. Son los cimientos que debemos cuidar con mimo desde temprana edad. Unos ya están de vuelta, pero ellos se van labrando el camino eslabón a eslabón. No podemos vaticinar un futuro sin ellos y, sin embargo, a menudo los orillamos. Hoy no pueden planificar una vida independiente hasta cierta edad. Unos no tienen trabajo y otros están lejos de contar con un sueldo digno. Hay que trabajar con seriedad en busca de esas salidas donde se reparta mejor el pastel del dinero, pero desconozco cómo se derrumba este muro. Para eso acceden los políticos a dirigir los designios de los más desfavorecidos. Son ellos los que tienen que echar las puertas abajo y encauzar a la juventud a una franca vida laboral.

Si hacemos caso a los pronósticos de los expertos en unos años la robotización, la automatización abrirá otros caminos de normalidad. Los más rutinarios serán absorbidos por las máquinas. Entonces, quedarán fuera del mercado millones de solicitudes, como estamos viendo actualmente con la maquinaria de ahora. Pero no todo recaerá sobre la tecnificación, ya que aquellos trabajos que requieran creatividad, socialización, etc. parece que perdurarán mucho más. Por eso, hay que fomentar la preparación de los jóvenes. No vale con pasar por la escuela o la universidad. No vale con actualizar la manera de estudiar, adquirir destrezas específicas para enfrentarse a los nuevos retos. Hay que conectar con las empresas y adquirir la habilidad suficiente como para poder cambiar de profesión en cualquier momento. Para eso será básico la informática y los idiomas.

Quizás haya que poner límites de algún modo a la evolución de la tecnología, al menos en cuanto afecta al trabajo en sí mismo. Sí veo que haya que avanzar en este sentido en la investigación de nuevos métodos de acometer los distintos estados de la humanidad. No digo que haya que perseguir la “eternidad”, el bálsamo de la eterna juventud, sino que vivamos lo que vivamos que sea en un estado de salud tolerable. No es cuestión de prolongar la edad porque sí, sino añadir calidad en lo posible a los años que nos resten. Investiguemos, pero sin disparar los tiros hacia horizontes lejanos.

Al mismo tiempo se nos anuncia que los sueldos serán bajos o no crecerán demasiado. Quedará una minoría de gran poder adquisitivo y la inmensa mayoría estaría en unos umbrales bajos. Prácticamente desaparecerá la clase media como tal. Y entonces cabe plantearse de nuevo la implantación de una renta básica. Ignoro si esto tendrá cabida, si queremos avanzar de manera progresiva y estimulante. No sabemos cuántos avanzan si tienen a su alcance gratis un salario que les permita subsistir. No obstante, siempre quedará un núcleo no despreciable de personas que se aferran a la paguita y a vivir. Esto, indudablemente, son meras especulaciones, Pero se avecina una brecha aún más grande si no ponemos remedio cuanto antes. La desigualdad dividirá definitivamente la convivencia social.

Cualquier democracia es de suyo vulnerable, más si cabe en el supuesto desinterés de muchos capacitados para ejercer su responsabilidad. Ahora, como siempre, lo normal es que haya muchos capacitados para gobernar esta nave, pero o no dan el paso o se desaniman a las primeras de cambio. De ahí que proliferen con frecuencia desalmados o los menos competentes. No es para menos. Contentar a todos es un ideal irrealizable. Por donde quiera que vayas encontrarás detractores. Si lo haces bien, puedes hacerlo mejor. Si lo haces mal, eres un inepto. Si te equivocas te metes donde no te llaman. Si intentas contentar a los más necesitados, levantarán la voz los ricos. Si te alías con los ricos, ayudas a agrandar la brecha salarial. Conclusión: es misión imposible tratar de contentar a todos, lo hagas como lo hagas. ¿Entonces? Hay que tirar para adelante, pase lo que pase.

En vez de enzarzarse en dimes y diretes entre partidos, habría que ponerse en la piel de las necesidades de una sociedad en marcha. Observamos que hay muchas carencias en la situación actual respecto a la vivienda y a la oferta laboral. Hay que poner toda la carne en el asador y arreglar estos dos problemas. Son el cimiento firme al que agarrarse para una futura convivencia sana y agradable. Si no resolvemos estos dilemas no avanzaremos con firmeza. Hay que facilitar la vivienda a los más necesitados a través de planes bien estudiados. En esto ha de entrar en danza el ayuntamiento en colaboración con las Instituciones superiores. Puede haber salida contando con rehabilitación de viviendas o aprovechamiento de casas abandonadas. Para ello se ha de pensar también en posibles trabajos que faciliten el pleno empleo. Tal vez, haya otros caminos más fáciles, pero a mí se me ocurren estos más visibles.

El joven se enfrenta a un sinfín de dificultades, acordes con la complejidad de la modernización de las sociedades. Los pueblos decaen, van envejeciendo y se van despoblando. Habría que meter mano a este desierto imparable. Quizás sea bueno agrupar las poblaciones, de manera que haya menos y más pobladas. Así habría vida en cada una de ellas y nadie tendría que huir a la ciudad. Además se aprovecharían más los recursos naturales y se fomentarían las cooperativas. Tendría vida cada pueblo y salvo muy pocos la mayoría viviría tranquilamente en su territorio más entrañable. En esto, es vedad, me puede el romanticismo y la tradición. Pero no tengo otra salida que el sueño para espantar tanto augurio intranquilo.

Cualquier democracia es de suyo vulnerable, más si cabe en el supuesto desinterés de muchos capacitados para ejercer su responsabilidad. Ahora, como siempre, lo normal es que haya muchos capacitados para gobernar esta nave, pero o no dan el paso o se desaniman a las primeras de cambio. De ahí que proliferen con frecuencia desalmados o los menos competentes
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