Diario de León

TRIBUNA

Carlos Nistal Sánchez-Manrique Licenciado en historia del arte

Los edificios del poder y El Escorial

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N o hace falta profundizar mucho ni ser un experto en historia para saber que durante los últimos cinco siglos, del XVI al XX, el centro de poder mundial se ha desplazado, en este orden, de la España de los Austrias mayores a la Francia de Luis XIV y del Reino Unido a los EstadosUnidos de América.

Podemos decir que el siglo XVIII no tuvo un dominador claro y que prevaleció el equilibrio entre una Francia decadente y un Reino unido en ascenso. Valga como desenlace de esta rivalidad, la derrota de Napoleón y el posterior dominio decimonónico británico ejercido desde Londres.

En muy poco tiempo he tenido la suerte de visitar los edificios que simbolizaban este poder. El Escorial madrileño, el palacio de Versalles, el parlamento británico y el conjunto de la casa blanca en Washington D.C.

Bien, lo que me ha llamado la atención al compararlos entre sí es la poca cantidad de turistas y el perfil bajo que guarda nuestra construcción en relación con las otras tres. Es algo extraño teniendo en cuenta que, en este concreto sector del turismo, España no tiene mucho que envidiar a Francia, Inglaterra o los Estados Unidos.

Si nos centramos en los turistas que visitan Madrid y sus alrededores, El Escorial es menos visitado que el Palacio Real y lo es solo un poco más que el Palacio de Aranjuez. En la pagina web de turismo del Gobierno, por ejemplo, aparece el Alcázar de Segovia y no así el edificio que mando construir Felipe II.

Es difícil discutir el mayor o menor valor de las obras de arte. Pero creo que no hay duda de la importancia de El Escorial en el plano histórico-político, su significancia.

Curiosamente, creo que muy pocos edificios de nuestro país puedan presumir de haber impregnado nuestra lengua, la expresión «Parece la obra de El Escorial» hasta hace poco, se oía en la calle.

¿Por qué entonces nosotros mismos no valoramos como creo que se merecería este conjunto de palacio-monasterio?

Pues se me ocurren algunas razones, bajo las cuales siempre aparece el omnisciente poder de una izquierda muy limitada intelectualmente y que domina la opinión pública.

En primer lugar, esa misma izquierda, que no está muy por debajo de la derecha o del resto de la actual clase política, no considera con muy buenos ojos la conquista y la colonización de América. Magno hecho que, como siempre ha sucedido en la historia, tiene sus cosas buenas y malas, pero que por sí solo ya valdría una visita a El escorial. Desde este edificio construido en el punto más álgido del imperio, el rey legislaba y daba ordenes de todo tipo en el inmenso nuevo mundo.

Añadir a esto el actual sistema autonómico en el que vivimos. Interesa representar y acrecentar las diferencias entre el País vasco o Extremadura. ¿Por qué entonces recordar cualquier vínculo con las antiguas colonias que se perdieron hace ya más de 200 años y que están al otro lado del charco? Más sobre este punto. El Escorial se hizo casi al mismo tiempo en el que Madrid pasaba a ser la capital de todos los reinos. Representa la idea de centralismo que, para mayor desgracia de nuestro edificio, revindicaba de manera radical el franquismo. De hecho, enfrente de él y a muy pocos kilómetros, tenemos el poco oportuno y casi ignorado en las guías turísticas, Valle de los Caídos.

Por último, el Escorial es también un monasterio. Ni Versalles, ni la Casa Blanca, ni el Parlamento Británico conciben compartir el poder laico con la iglesia. La religión fue la excusa sobre la que sustento la colonización americana pero también lo fue para que los Reyes Católicos unieran la península y para, de nuevo lamentablemente para nuestro edificio, que el precedente régimen franquista «lavara» sus excesos.

Tenia 9 años la primera vez que fui al Escorial. Nunca me olvidare de su gran tamaño no exento de sobriedad, de la elegante sencillez de sus interiores, imposible no acordarse de la austeridad de habitación de Felipe II que comunicaba con la iglesia, de la magnífica biblioteca repleta de enormes mapas y, sobre todo, del panteón de los reyes. Sala ligada a una habitación cuyo nombre me quedo marcado «El pudridero». ¡Allí estaban todos los monarcas desde Carlos I! Yo era muy pequeño pero ya tuve la sensación de que entraba en un lugar emblemático.

Muchos años después de mi primera visita, habré vuelto en dos o tres ocasiones más, leí una anécdota, real o imaginaria, que me gustó mucho. Esta contaba como Felipe IV, cuando las derrotas llegaban de todos los frentes y el imperio se precipitaba hacia el fin, desesperado, recorrió los pasillos del palacio y se dirigió al féretro de su bisabuelo Carlos, el gran emperador de España y Alemania, el hijo de Juana «La loca», para pedirle o rogarle consejo para frenar la decadencia política de nuestros reinos.

Esta historia me parece tan disparatada como española pero, también por ella, recomiendo a todos pasar una tarde o una mañana en este lugar tan valioso e importante de nuestro pasado.

Añadir a esto el actual sistema autonómico en el que vivimos. Interesa representar y acrecentar las diferencias entre el País vasco o Extremadura. ¿Por qué entonces recordar cualquier vínculo con las antiguas colonias que se perdieron hace ya más de 200 años y que están al otro lado del charco?
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