Diario de León

sociólogo

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Todo el mundo quiere llegar en quince minutos a cualquier parte, decir diez palabras por segundo, oír veinte notas cada compás, ver cien fotogramas por segundo. Y si fuera posible, como windows: hacer veinte tareas a la vez. La velocidad es el tótem sagrado de nuestro tiempo. Un viento recio que empuja impaciente nuestras espaldas.

Para ello los fabricantes urden máquinas más ágiles cada dia. Los diálogos se llenan de muletillas; las carreteras, de frenópatas. Las señales de tráfico son monigotes de paja para los velociraptores del Antropoceno, intoxicados de velocidamina. Los signos de puntuación, señales de humo bajo la lluvia. Los silencios, penosos fantasmas en mitad de la melodía.

El clásico «el tiempo es oro» lo fijó en letras de molde el señor Franklin, el que nos regaló el pararrayos. La sonda solar Parker es el artefacto más rápido que ha engendrado el homo sapiens: 672.000 kms por hora. Eminen, el musico de rap, en Godzilla, rapeó 225 palabras en medio minuto, 7.5 palabras por segundo.

Desde Shanghái sale diariamente el tren Transrapid Maglev, con una velocidad de hasta 460 kilómetros hora. El avion Lockheed SR 71, «Blackbird», es capaz de volar a 3.540 km/hora. El automóvil Koenigsegg Jesko Absolut alcanza los 531 km/h.

La pregunta es: ¿a dónde nos lleva este frenesí?

El homo digital no soporta la inmovilidad. Pero tampoco el silencio... ni la oscuridad. Se ha hecho adicto a los estímulos sensoriales. Como el borrachuzo al alcohol o el yonqui a la anfetamina. Todo lo que no es movimiento, bullicio, luminotecnia le es odioso: el silencio, la quietud, la oscuridad le da pánico. Necesita una mini TV en la cocina, un dial en el tractor, un chiringuito en la playa, un smartphone en todas partes, a toda hora.

El homo digital no soporta la inmovilidad. Pero tampoco el silencio... ni la oscuridad. Se ha hecho adicto a los estímulos sensoriales

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