Diario de León
Publicado por
Antonio Papell
León

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Toda la comunidad científica piensa que los anuncios de clonaciones humanas realizados por la secta de los raelianos es una operación propagandística sin fundamento alguno, pese a lo cual la avidez periodística ha convertido a estos facinerosos en el centro de la atención mundial, lo que les proporcionará pingües ganancias a costa de la credulidad de sus clientes. Una primera cuestión que debería ponderarse a este respecto es el papel de los medios de comunicación que involuntariamente pueden convertirse en agentes de un fraude. Pero, dicho esto, el asunto contiene tan graves elementos morales que tiene que ser abordado cuanto antes a nivel intergubernamental. Estos asuntos relacionados con la bioética tienen sin duda una dimensión religiosa, que es relevante sin duda pero que podría ser objetada por subjetiva o por parcial. Por ello, la clonación humana ha de ser abordada políticamente desde el punto de vista de la moral natural, que es universal: constituye una monstruosidad intervenir en el azar biológico reproductivo para desviar en cualquier sentido la progresión natural de las generaciones. La ciencia puede contribuir a facilitar tales procesos, allanando obstáculos, pero de ningún modo la racionalidad humana ha de intentar siquiera interferir en la secuencia de la generación, que es la misteriosa síntesis vital de dos personas en las que su dignidad es inseparable de su capacidad procreadora. Un reciente reportaje publicado en la prensa francesa informa de las razones que, al margen de la simple -y viciada, en este caso - curiosidad científica, podrían impulsar la voluntad de clonar seres humanos y de hecho son esgrimidas por quienes postulan la clonación. Dicho trabajo periodístico enumera las siguientes: dar respuesta terapéutica a ciertas formas de infertilidad o de esterilidad todavía incurables, prevenir la concepción de niños que puedan sufrir determinadas afecciones genéticas, recreación de un niño fallecido al que se hubieran extraído células somáticas antes de su muerte -éste es uno de los argumentos esgrimidos más frecuentemente entre los defensores de la clonación-, rechazo consciente y deliberado de la reproducción sexuada -generalmente, por parejas de mujeres homosexuales- y, finalmente, la búsqueda fantasmagórica de la inmortalidad. Este último móvil es sobrecogedor: se basa en la hipótesis de que crear el propio clon -que a su vez haría lo mismo antes de morir- equivale a la perpetuación infinita del propio yo, a la inmortalidad. Inmortalidad física y quién sabe si también intelectual. Es una alucinación perturbadora, ciertamente, que afecta a los arcanos más íntimos e interfiere en los miedos más recónditos que envuelven la trascendencia. Pero, al margen de la ignorancia de la contingencia que tal tesis revela, es necesario objetar racionalmente el absurdo de esta proposición: la biología es -por fortuna- incapaz de clonar las conciencias. En cualquier caso, es manifiesto que los apóstoles de la clonación tienen bagaje para seducir a los incautos. Y de ahí que sea preciso alzar frente a ellos las mayores murallas que pueda construir la racionalidad política, con sus instrumentos legislativos, procesales y penales. Tras el anuncio de los raelianos han surgido algunas voces denunciando esta práctica criminal, pero no las suficientes. La más resonante ha sido la de la ministra alemana de Investigación, Edelgard Bulmahn, que ha solicitado una prohibición absoluta y rápida por parte de toda la comunidad internacional. Bulmahn ha recordado que Francia y Alemania han presentado ya hace tiempo a las Naciones Unidas un proyecto de convención para decretar la prohibición universal de la clonación humana. Y ha advertido de que, en tanto dos terceras partes de los países están en contra de esta práctica inmoral, los restantes no parecen muy proclives a una prohibición. Se conoce la existencia de algunas investigaciones en curso, que persiguen precisamente avanzar en la eliminación de los problemas que se han puesto de manifiesto en la clonación de animales -una práctica legítima, sin duda, pero peligrosa- con el fin subrepticio de aplicarla a seres humanos... Lamentablemente, esta penosa realidad, que habría que abortar cuanto antes con toda decisión, deteriora otros trabajos científicos de gran calado y que es necesario preservar y potenciar. Porque la clonación terapéutica, que nada tiene que ver con la clonación reproductiva, abre grandes expectativas de curación de enfermedades que hoy no tienen terapia conocida, sin que contravenga aquellos principios morales que hace inadmisible esta última. Es lamentable que Occidente, tan dispuesto a actuar cuando se ven afectados sus intereses materiales, se muestre tan remiso cuando de cuestiones morales se trata. Porque más urgente que desplazar a Sadam Husein, por ejemplo, es sin duda restaurar la decencia en asuntos tan esenciales como los que, tan frívolamente, abundan en nuestros medios sobre la clonación humana.

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