Diario de León
Publicado por
Ramiro Pinto Cañón
León

Creado:

Actualizado:

Los argumentos a favor y en contra de la guerra se simplifican hoy en día a niveles que llevan a lo más burdo y engañoso de la cuestión. Se distrae a la opinión pública y la maquinaría de guerra sigue imparable hacia sus objetivos. Estados y partidos políticos disputan sobre si apoyar la guerra o no, en función a que sea preventiva o según verificación de pruebas que demuestren que el enemigo posee armas de destrucción masiva. Si es una guerra amparada por la ONU parece que es menos guerra, aunque sea la misma y con los mismos muertos y argumentos. Lo cual es absurdo, más cuando una de las partes en la contienda no está representada en el Consejo de Seguridad de la ONU y las demás participan directamente. Esta es una trampa de cara a la justificación de la guerra, pues quienes se manifiestan contrarios por criterios de oposición, bien sea de partido o por intereses de Estado acabarán encontrando un acuerdo, ante la «necesidad» de intervenir militarmente. Hay que cuestionar la lógica de la guerra, inclusive si el presunto enemigo estuviera armado hasta los dientes e incluso apoyando al terrorismo internacional. La pregunta que debemos hacernos es si la guerra es una solución, si sirve para algo. Sabemos como empieza, pero no como puede terminar y sus consecuencias siempre son dramáticas, con miles de seres humanos muertos. Una intervención bélica permite justificar la reacción violenta del enemigo de manera imparable, hasta que uno de los dos bandos se rinda. Deberíamos recordar el dicho griego: «La guerra es mala porque hace más hombres malos que los que mata». No se trata de una cuestión ética-moral o política solamente, sino histórica. Las guerras no sirven para nada, excepto para ejercer un Poder que se desarrolla por sí mismo. No me cabe la menor duda sobre una acción permanente de lucha contra nuestra civilización occidental, por parte de amplios sectores que desarrollan el fanatismo islámico, y para lo cual se equipan con medios cada vez más sofisticados. Pero esto también sucede dentro de nuestra sociedad y es un peligro latente y que antes o después puede estallar, si no se toman las medidas culturales y económicas oportunas. Cualquiera puede leer las actas de la Unión Nacional de Estudiantes Iraquíes, del partido Baas, editadas en castellano (1980) en las que se apoya la lucha armada para acabar con la entidad sionista-imperialista-israelí. 0 considerar la lucha armada como el único camino para recuperar los territorios árabes, para lo cual se ha formado un ejército de liberación de Jerusalén. Y no son cuatro soldados zarapastrosos con la cara tapada. Son medios técnicos que buscan ser superiores a los del Estado de Israel para destruirle, o la acción contra Estados árabes unidos al imperialismo. Hay una internacional islámica que supera la organización de los Estados musulmanes, lo que a comienzos del s. XX se llamó el «panislamismo», cuya esencia es combatir al opresor y «rescatar al hombre de la desviación». Hace de la fe musulmana una estrategia para luchar contra el infiel, definido entre otras cosas como el que come carne de cerdo y bebe vino. El fanatismo más allá de la fe que se desarrolla en el mundo islámico ha sido empujado y alimentado por el fanatismo económico y también religioso, de nuestra sociedad. Con todo ¿es la guerra la solución aun siendo un peligro el enemigo? No. Es la agudización del conflicto y al final para nada que no sea provocar miles de muertos. Hacen falta mecanismos sociales y económicos que permitan la convivencia con el conflicto sin enfrentamiento, y menos si es armado. Veamos dos datos históricos. El economista británico John Maynard Keynes, fue representante de su país en la Conferencia de Paz de París. Se opuso a los términos económicos del Tratado de Versalles. Dimitió tras escribir Las consecuencias económicas de la paz (1919). Advirtió sobre el error de las enormes indemnizaciones de guerra impuestas a Alemania que empujarían hacia un nacionalismo económico y a una reaparición del militarismo, lo que finalmente sucedió. El nazismo se convirtió fenómeno de masas, cuando su fundamento había sido un pensamiento residual. Estalló la II Guerra Mundial. Tras ésta, con sus millones de muertos, se volvió al punto de partida y se favoreció el desarrollo económico y un acuerdo de paz, que cincuenta años después se completó con la unificación de Alemania. Quien lea la Carta del Caucaso de José Stalin, 1913, podrá comprobar que tras la caída de la dictadura soviética, el tema de Chechenia vuelve a su punto de origen otra vez, e igualmente unido al panislamismo. Si leemos a Inmanuel Kant en su obra La paz perpetua, 1795, parece que responde punto por punto al conflicto actual, del que por supuesto nada supo, pero sí de la lógica de guerra, que sigue siendo la misma. Entre los argumentos que razona el filósofo de Königsberg, está que los gastos para defensa, hoy tan desproporcionados, «hacen la paz más intolerable que la guerra, siendo estos mismos gastos los causantes de las guerras». La inclinación a la guerra de quienes tienen la fuerza se ve animada por un botín de guerra sobre todo cuando se tiene un gran deuda externa. (No es la causa, pero sí una ventaja que incita a la guerra). Explica que si se declara ilegítimo al enemigo la única paz posible es la del cementerio. Dice: «Las grandes potencias nunca se avergüenzan de los juicios que hagan las masas, su objetivo es el engrandecimiento del poder por los medios que sean»; «los políticos se ufanan de tener ciencia practica cuando lo que hacen es usar la técnica de los negocios, no olvidan su propio provecho y están dispuestos a sacrificar al pueblo y al mundo entero». Desarrolla un amplio estudio sobre cómo los poderosos engañan a los demás y a sí mismos, confundiendo su derecho con su fuerza. Entre los errores que cita está el redactar tratados, hoy resoluciones, con expresiones susceptibles de ser interpretadas según convenga. Define como pecado filosófico hacer una guerra «por el mayor bien de la Humanidad». Concluye que la paz debe ser instaurada pues la guerra es el estado de la naturaleza humana, como demuestra la Historia. No basta asegurar la paz, hay que legislarla mediante una constitución cosmopolita en una federación de Estados libres y sin leyes divinas. Creo que ni George Bush ni Sadam Husein han leído a Kant. Sería bueno, al menos, que lo leamos los demás aunque no salga en la tele.

tracking