Diario de León
León

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Meter monstruos en un hotel es una idea que quizá podría dar su juego en una película de serie b, más bien tirando a c. Pero si sucede que esos monstruos son de carne y hueso como Aramis, Dinio, la madre de Patricia, y no sigo por no horrorizar más de lo soportable, entonces, ya debemos pensar que hay una mente perversa que quiere doblegar el mundo mediante la tortura psicológica. La Isla de los Famosos al menos nos ha dado el gustazo de ver cómo se les fastidiaba el tinglado al chuleta de Temprano y al vendemotos del Ismael. Estos programas tienen algo de concurso cultural, porque enriquecen nuestro ya amplio vocabulario de improperios. Lo malo es que las audiencias piden más. Y si les han dado un hombre que mete el pie en una palangana con pirañas no pretendas que en la segunda edición del programa se sigan horrorizando con lo mismo. El espectador exige más horror, como Groucho pedía más madera. Y al más horror del guionista, hay que añadirle el más horror de las cadenas de la competencia, que no quieren quedarse atrás. Usted dirá que con no ver esos programas todo arreglado. Ya. Pero lo que ocurre es que necesitamos insultar a alguien y que no vaya a más. Es una terapia de desfogue, como otros descargan con el tawkondo. Son programas que hacen maquinar, que no es lo mismo exactamente que pensar. Insultar a Leonardo Dantés desde el saloncito de casa no crea cargos de conciencia. Ni insultar a Tony Genil. Ni a ese señor que adivina el futuro poniéndose un pepino en la oreja. Es más, si les insultas a todos estos individuos al final te quedas con la sensación de que has contribuido a que se ganen unas pesetillas. Les mentas dos o tres veces el genealógico y ya parece como si te fueras más relajadín a la cama. Eso sí, luego puedes tener pesadillas. Monstruos, más monstruos gritan en las cadenas.

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