Diario de León

TRIBUNA

El maestro del siglo XXI

Publicado por
SANTIAGO FERNÁNDEZ PUCHE
León

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DICE Fernando Savater que el intelectual no es el que piensa por los otros, sino el que hace pensar a los demás. Por sí mismos, digo yo. Y, como él, opino que tal vez sean los maestros (noble profesión y no menos noble palabra) aquellos de nuestra sociedad que tienen la responsabilidad de «hacer posible lo necesario» desde cualquier perspectiva humanista. Aquellos que enseñan los recursos a quien quiera aprenderlos para acercarse al conocimiento de la realidad. Los que ponen ante los ojos de los que quieran saber las distintas formas de entender la vida. Quienes proponen y abren nuevos caminos para percibir el mundo. El mejor maestro es, sin duda, no el que posee más datos objetivos o científicos o el que tiene mejor memoria para repartirlos entre los educandos, sino el que domina los resortes que hacen del encuentro con lo nuevo un logro que merece la pena. El que deja a su paso una estela de misterio por el conocimiento. El que te da los materiales y te incita a construir tu propia vida. El maestro enseña a buscar la libertad. Es cierto que él todavía la está buscando y que apenas está seguro de algo. Duda siempre y tan sólo se acerca a la verdad. Sí, la ciencia que imparte certifica leyes naturales comprobadas por la experiencia y refutadas por la razón. Pero las grandes verdades, los profundos ideales, las arraigadas creencias se le escapan constantemente ante un medio siempre problemático que cuenta como único espejo con la milenaria historia del hombre. El maestro aún está creciendo y comparte su experiencia vital con el alumno. Entrega su vida porque no miente ni engaña: él está buscando la felicidad y desea la felicidad de aquellos a los que enseña. Intuye que ésta se encuentra por diversas sendas pero también que nunca están alejadas de unos principios comunes a todos. Es la ética, única disciplina realmente imprescindible de la que todas las materias han de contagiarse. Todos los hombres tenemos un destino común y formamos parte de una misma naturaleza. Todos tenemos una misma configuración material y espiritual. El maestro anhela que quienes le escuchan sean conscientes de la grandeza de la vida del hombre, pero también de la responsabilidad y de la necesidad de un compromiso ante ella. La necesidad de pensar siempre cada decisión que se toma es la condición imprescindible del hombre libre. Pero esa reflexión inevitable ha de estar sustentada en una serie de principios que arrojen luz sobre cuál es la decisión buena, la más acertada. Y ha de ser siempre aquella que objetivamente es la mejor para él y para los demás, sin posible contradicción. De forma que se hace presente aquella enseñanza de Jesús de no desear a nadie nada que no se desee para uno mismo. O la tan popular de la ley civil de usar nuestra propia libertad sin perjudicar la libertad del otro. Los maestros han de ser los intelectuales del nuevo siglo. Aquellos que se presentan como interlocutores de una realidad cada vez más cambiante y compleja. Han de enseñar disciplinas necesarias para formar parte de un mercado cada vez más competitivo y salvaje, pero no ha de caer en el mero utilitarismo. Ha de recordar que podemos intervenir en la realidad y modificarla y que no sólo de pan vive el hombre. Ha de proponer el esfuerzo y la superación como armas únicas de una sociedad mejor. Ha de mostrar varias formas de entender los mensajes que nos llegan y de filtrarlos hasta descubrir su verdadera esencia e intención. El maestro ha de ser modelo para los demás. Es imperfecto, como todos, pero nunca va a la zaga en el amor al prójimo. Ama el conocimiento que le hace mejor, más libre; y anima a los demás a que hagan lo mismo. Aprender siempre es ventajoso para el maestro y a ello dedica su vida. El maestro se olvida de las riquezas materiales que no puede compartir. Se conforma con lo necesario para vivir con dignidad y no fomenta el enriquecimiento entre quienes educa. Sabe que la verdadera riqueza está en el alma y que las ideas son las antorchas que nos harán salir de la cueva de la ignorancia, donde habitan las sombras nefandas del odio, la violencia, la destrucción. En los tiempos que corren, el maestro ha de ser la guía que nos acerque el horizonte que nos humanice y nos permita llegar a ser quienes realmente somos. Ha de ser también la balanza del futuro con la que equilibrar las pesas de la justicia y la libertad.

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