Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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NO SÓLO ocupa un sitio en la Historia, sino el más siniestro de todos, según los acomodadotes. El bombardero B-29 que arrasó Hiroshima hace 58 años y un mes acabó con la vida de 140.000 personas en un minuto. Fue una plusmarca y demostró que el progreso en el arte de matar es incontenible. En las guerras antiguas era más laborioso aniquilar al enemigo, pero no sólo se ha avanzado mucho desde la honda y la flecha, sino que se sigue avanzando. Se pensó que todo lo demás pertenecía a la antigüedad y que la era moderna empezaba con la bomba atómica. Por primera vez el ser humano podía destruir el planeta apretando botones y esa capacidad para cargarse el invento era un motivo de orgullo. Sigue siéndolo al parecer. El Enola Gay , que también participó como avión de reconocimiento en el bombardeo de Nagasaki, ha sido reconstruido. Lo han dejado como nuevo para que pueda ser admirado en el popular Museo del Aire y del Espacio, en pleno corazón de Washington. Se espera que millones de turistas se queden con la boca abierta mirando el aderezado bombardero, del mismo modo que aquellos miles de japoneses se quedaron con la boca cerrada para siempre cuando sobrevoló Hiroshima. A la bomba que cayó sobre ellos le pusieron nombre los americanos: Litle Boy y acortó la guerra al forzar la rendición de Japón y salvó muchas vidas, aunque ninguna pertenecía a los bombardeados. «Lo que importa no es ser el más fuerte, sino el superviviente», dijo Bertolt Brech, y a los supervivientes de la veloz matanza no les ha gustado que el maldito aparato que transportó muerte se muestre, acicalado después de 300.000 horas de trabajo, en un museo. Tampoco les va a hacer ni puñetera gracia a los unánimes turistas japoneses que son los mejores clientes de todos los museos del mundo, ni a los demócratas que han empezado su acoso a Bush, a catorce meses de las elecciones presidenciales. Al emperador le llegó la hora de las críticas, pero el que acceda al trono será como él, con variantes: podrá olvidar las guerras, pero no las victorias.

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