Quemar una bruja

HAY TITULARES que te abofetean. «Vamos a quemar una bruja», anunciaba el concejal de Fiestas de Bembibre, con la misma satisfacción que otros anuncian que actuará la Pantoja. ¿No se quiere potenciar el Camino de Santiago? Pues toma Medievo. Ni Santo Tomás, ni escritorios, ni talleres de vidrieras, ni justas¿ nada hay comparable a un buen churrasco de bruja fallera, en su punto, ni muy hecha ni muy cruda, lo importante es que la hoguera sea vistosa e inquisitorial. Lástima que el presupuestín no diera para contratar a Spielberg, aunque con el director de El día de la Bestia también se apañaban. Cuando ya va cayendo en desuso eso tan feo de matar judíos por tomar una limonada, surge la moda del medievalismo pandereta. Algo así como el spaghetti western, pero con menos medios. La intención es buena, otra cosa es que sea lo aconsejable para autopromocionarnos como el pueblo culto que somos. Todos llevamos un Torquemada dentro, algunos hasta llevan tres, pero con la excusa de la diversión no deben frivolizarse las bajas pasiones patrias, que hay mucho español que sueña desde pequeñito con agredir a un árbitro, al que sea. En el Medievo hubo mucho cafre, pero no todo fue mugre y aquelarre ¡qué culpa tenían de que aún no se hubiera inventado aún el fútbol! Señor concejal, con los debidos respeto y simpatía, sin ánimo de chafarles la próxima barbacoa, sepan que el Medievo da para mucho. Hay que propiciar otra visión de aquellos siglos lejanos, en los que no sólo hubo fanatismo y superstición. De lo contrario, se empieza quemando hechiceras de cartón piedra y se acaba recuperando la tradición de arrojar al barranco al visitante un millón novecientos noventa y nueve. Además, como se entere Harry Potter¿