Diario de León
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CARLOS CARNICERO
León

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EL LENDAKARI es el representante del Estado español en el País Vasco, incluso aunque tal circunstancia le llegase a incomodar. En reciprocidad con este principio institucional, no puede haber nada más natural que la participación del presidente del Gobierno Vasco en un acto de celebración de la Constitución. Lo anómalo es y ha sido su ausencia durante muchos años. No se puede entender que haya quien le reproche al lendakari esta participación, al menos desde las filas de los llamados «constitucionalistas». Quienes así se han manifestado, no han hecho cosa distinta de evidenciar el deseo de que el problema vasco siga empeorando y su insatisfacción al comprobar que, aunque sea por una vez, Juan José Ibarretxe se ha acercado al lugar en donde debiera haber estado siempre. En España hace tiempo que el debate sereno ha sido sustituido por la confrontación en una clima político que se hace cada vez más irrespirable por el tufo autoritario que destila. Se da la circunstancia que el propio José María Aznar, en el momento en que se estaba discutiendo la Constitución, dejó público testimonio de su rechazo a la misma y ahora, pasados los años y tal vez alcanzada su madurez, pretende hacer de ella un código inamovible como si fuera las Tablas de la Ley. Si Aznar fuera un hombre humilde aceptaría la pregunta de cuándo quiere tener razón: entonces que negaba validez a la Constitución o ahora que es partidario de impedir cualquier debate de propuestas de modificación. La normalidad en el País Vasco pasa por la recuperación de la capacidad de diálogo entre quienes hoy apenas alcanzan a cruzarse un saludo civilizado. Si el lendakari ha accedido a bajar del monte y visitar el llano, debiéramos acordarnos de que es lo mismo que la montaña vaya a Mahoma o que Mahoma visite la montaña.

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