Diario de León

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DESDE QUE designó a Mariano Rajoy como sucesor, José María Aznar se ha convertido en lo que los norteamericanos llaman un pato cojo. Así es como denominan en los Estados Unidos al inquilino de la Casa Blanca que agota su segundo mandato presidencial y por imperativo constitucional no puede presentarse a la reelección. Aznar sigue, todavía, en el centro del escenario, pero una parte de los focos están ya más pendientes de Mariano Rajoy que del propio presidente. ¿Por qué? Pues porque es el nuevo faraón a cuya pirámide hay que acudir en busca de sombra. Están pendientes del sucesor, pero, curiosamente, andan más relajados que con José María Aznar. La prueba la tuvimos antesdeayer en el Congreso de los Diputados cuando al ministro Michavila le faltó un cuarto de hemiciclo para sacar adelante el recauchutado de la reforma la Ley de Enjuiciamiento Criminal, proyecto que, por cierto, ya habían sido aprobado por el Senado. No sería exacto decir que con José María Aznar estas cosas no pasaban puesto que Aznar sigue todavía en La Moncloa, pero, a mi modo de ver, esa es la resonancia de fondo del chasco parlamentario que supone que un Gobierno del Partido Popular no pueda sacar adelante la reforma de una ley por falta de apoyo de los diputados del propio Partido Popular. Y es que la vida es así: el que se va, aunque sea por su propio designio, pierde poder. En este caso no el poder formal pero sí el aura magnética que lo acompaña. Está claro que Aznar, en relación con la política española, tiene más pasado que futuro y ese es, precisamente, el estribillo de la canción del pato cojo que tararean en voz baja los escribas de la tribu popular que intentan doctorarse a marchas forzadas en marianismo. «Manda huevos», que diría el amigo Federico Trillo.

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