Diario de León
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LUIS DEL VAL
León

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EL TÍTULO de la novela de Chandler puede servir para describir la larga despedida de José María Aznar. Anteayer lo hizo del Congreso, y, dentro de unos meses, lo hará del Gobierno. Y en todas estas ceremonias, al final, el hombre que parece controlar todas las emociones, sufre un quiebro de voz, un quiebro que lo humaniza mucho más que cualquier idea que puedan tener sus asesores de imagen. No parece un tipo que aspire a ser nombrado Míster Simpatía del barrio, pero dentro de unos años no será juzgado por su carácter sino sobre los efectos del octocenio de su mandato en el país. Y allí hay cosas positivas y negativas. Entre las primeras, haber situado la corrupción que estaba en porcentajes de países del Tercer Mundo al nivel medio de cualquier próspero país occidental. O haber administrado los recursos con raciocinio hasta conseguir que los gastos de la nación se adecuen a sus ingresos, como sucede en una familia normal. En los claroscuros, la enorme importancia que ha adquirido España en el panorama internacional para bien y para mal, y el tiempo dirá si fue positivo o negativo sacudirnos y dimitir del empleo de eternos mayordomos de Francia o de Alemania, o de ambas a la vez. Y la duda de si ante el desgaje, debidamente anunciado con trompetas y tambores, de vascos y catalanes ha actuado con prudencia o con excesivo rigor. La Historia le juzgará por eso. Su antipatía, su falta de gracia para contar chistes, son anécdotas que nunca han contribuido a variar la categoría. Y si todo su error consistiera en la equivocación de la boda celebrada en El Escorial, firmo ahora mismo para que el que llegue sea un tipo antipático, que no tenga gracias para contar chistes y que se ría como si le diera vergüenza. Pero tiempo habrá de analizar y juzgar, porque el pañuelo está en el aire y es muy largo el adiós.

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