Habemus gol

LA CRISIS de la Iglesia ha llegado a un punto límite, pues según un estudio realizado por la Fundación Santa María, institución de arraigadas convicciones cristianas, tan sólo uno de cada diez jóvenes católicos practicantes piensa que los sacerdotes le aportan ideas válidas y aplicables en su vida cotidiana. Preguntados sobre la posibilidad de convertirse en curas, apenas el 0,5% confiesa haber pensando en ello con cierta seriedad. Ante semejante panorama a la baja, no resulta extraño que algunos religiosos hayan comenzado a diversificar sus actividades, en vista de que estar al lado del bien no garantiza necesariamente un final feliz. Y como la mandanga de lo mediático tira lo suyo, incluso para los ungidos por el Supremo con la quintaesencia de la virtud, el arzobispo de Génova ha olvidado por unas horas el carácter sacrosanto de su ministerio para debutar como cronista televisivo en un partido a cara de perro entre la Sampdoria y la Juventus. Al parecer no lo hizo del todo mal, llegando a echar mano de toda su demagogia milagrera para criticar con sagrado fundamento la labor arbitral. También el obispado de Valencia, tomándose ciertas libertades flamencas, se permite usar el privilegio de la línea directa con Dios para plantar la semilla de la verdad en los asuntos futboleros, poniendo como chupa de dómine, y nunca mejor dicho, al colegiado Tristante Oliva, polémico juez en el penalti pitado a favor del Real Madrid. Está visto que la natural templanza eclesiástica se viene abajo en cuanto comienza a rodar el balón, mandando al corner de una bendición a quien se atreva a tocar los esféricos al equipo de sus respectivos amores. ¡Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga!