Diario de León

Publicado por
ANTONIO PAPELL PERIODISTA
León

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LA MÚLTIPLE matanza de ayer en Madrid, cometida contra la población civil trabajadora, sin preaviso alguno, con el saldo dramático de casi dos centenares de muertos y un millar de heridos, un asesinato colectivo cuya magnitud rebasa los bordes de la comprensión humana, agrava hasta la exacerbación la imputación de genocidio que legítimamente debe dirigirse a ETA desde que comenzó a practicar el atentado indiscriminado, odioso crimen contra la humanidad del que el de Hipercor era hasta ayer la más sádica manifestación. ETA ha traspasado todos sus límites y nunca será ya más que una maldita asociación de malhechores sin entrañas. Ante el exorbitante efecto de la dinamita y la perversión que revela su manejo contra la multitud indefensa caben pocos argumentos racionales. La ira se desborda a raudales, previamente a cualquier análisis de contenido político, y apenas hay que reprimir la tentación de considerar a los autores de la masacre simples animales malignos que hay que exterminar como a perros rabiosos. Sin embargo, en estos momentos extraordinariamente difíciles es cuando más necesario resulta que la democracia acopie todas las energías acumuladas en su ya largo trayectoria para exhibir frente a la locura homicida, frente a la degeneración de unos locos iluminados, toda su fortaleza. De forma más o menos inconsciente, la supuesta o real debilidad de ETA, su inoperancia relativa durante muchos meses, los reiterados éxitos policiales, han sido factores concurrentes que, en cooperación con la tensión preelectoral del último año, han afectado a la solidez externa del Pacto Antiterrorista, que ha sido objeto de impertinente disputa con el evidente objetivo de obtener réditos a su costa. Nadie en su sano juicio puede dudar sin embargo de que no han variado un ápice las convicciones profundas de quienes lo suscribieron, pese a lo cual es evidente que la fragilización aparente del acuerdo entregaba a ETA la oportunidad de incidir dramáticamente en el disenso, provocando, a la par que la desolación que se ha esparcido sobre la ciudadanía de este país, un verdadero terremoto político. Un seísmo que se produce a las puertas de unas elecciones generales Ya no podemos dejar, infortunadamente, de llorar a los muertos hasta quedarnos secos, con la inevitable amargura del rencor en el paladar, pero todavía estamos a tiempo de impedir que se produzcan otros daños colaterales. A la respuesta institucional de condena que se produjo ayer, se sumará hoy la ciudadanía, convocada unitariamente a manifestarse contra la horda, en recuerdo a las víctimas y por la Constitución. Pero esta vez hay que ir más allá. Ante este recrudecimiento insoportable del radicalismo vasco, que se ha situado fuera de los propios ámbitos políticos e ideológicos para pasar a convertirse en una hidra destructiva sólo abarcable en términos del terrorismo más fanatizado, ya no cabe la política menuda de unos líderes y de unos partidos que juegan mezquinamente con los grandes valores para arrojarlos a la cara del adversario. Frente a esta agresividad salvaje, irracional, todo ha de supeditarse al objetivo supremo: la defensa del régimen, es decir, del sistema democrático, de la vida y la paz de esta sociedad atormentada. Con buen sentido, los partidos políticos han suspendido la campaña electoral, que teóricamente concluía en la medianoche de hoy. Todas las palabras sobraban tras este holocausto, que es por sí mismo lo bastante expresivo. Y esos muertos no lo serán en vano si entre todos somos capaces de subir un peldaño más en la carrera inexorable hacia la definitiva liberación de una comunidad que sigue amenazada por el delirio. Ningún demócrata debe sentirse forzado a mudar sus convicciones por esta embestida ciega de los violentos, por el hecho brutal del genocidio; sin embargo, todos estamos obligados a modificar nuestras preferencias inminentes: hoy no hay más urgencia que el aislamiento definitivo de los criminales, la aceleración de la gran batalla a cuyo extremo sólo puede producirse la victoria de los demócratas. Y para ello, es necesario, de un lado, promover la unidad, y de otro lado, posponer los designios que la dificulten. Ninguna reforma institucional que cree incertidumbres es más urgente que la captura del último terrorista dispuesto a matar. Por nuestra parte, los ciudadanos tenemos el domingo la gran oportunidad de decidir una vez más nuestro destino. Debemos hacerlo con la cabeza fría, con la conciencia de estar sosteniendo físicamente al Estado, con la decisión de no dejarnos amilanar por quien con tan criminal insolencia quiere condicionar nuestras conciencias. Será ese ejercicio de libertad el que nos salve de la terrible opresión del miedo. No debemos, en fin, permitir que ETA cuele sus humores malignos en los intersticios de nuestra volun tad.

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