Diario de León

TRIBUNA

La identidad europea de los 25

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EL DESPERTAR de los pueblos de Europa es no sólo una realidad cada vez más evidente, sino también una necesidad global en estos momentos históricos. La pérdida de la autoridad moral como líder mundial, de los EEUU de América, así como la decadencia y la degradación de su política exterior, está en el ánimo de la mayoría de los ciudadanos del mundo. Un país que vive en una contínua violencia interna y externa, que practica la tortura, que mantiene la pena de muerte (ejecutando incluso a menores), que no asume la grave responsabilidad mundial del medio ambiente, que trata de ejercer un dominio imperialista en el mundo contraviniendo los derechos humanos y la mayoría de los convenios internacionales, etcétera, etcétera. Un país así -y sobre todo su gobierno- ya no debe ocupar ese lugar de privilegio y de liderazgo mundial; sólo merece el olvido, cuando no el desprecio, de los ciudadanos del mundo. Ese liderazgo sólo debería corresponder a las Naciones Unidas. Pero parece que es aún pronto para pensar en unas Naciones Unidas constituidas como un supergobierno mundial (debido precisamente a las zancadillas de las grandes potencias, y en especial de los EEUU). Esto será, sin duda, algún día una realidad. Mientras tanto, a nadie más que a la Unión Europea correspondería ocupar ese liderazgo mundial, por su pasado histórico, político y cultural, y sobre todo por su presente que camina inexorablemente hacia la integración y la unión de sus diversos pueblos. Una cultura de algo más de trescientos años (la americana) ha devorado demasiado tiempo a una de tres mil años (la europea). Ha sido el mito del nieto obligando a beber cocacola al abuelo, como alguien ha señalado. En estos comienzos de una nueva era, Europa tiene la obligación y la grave responsabilidad de tomar conciencia de su despertar como gran potencia mundial, no para seguir el ejemplo del pasado (la conquista y el dominio de otros pueblos), sino para asumir la conquista de las libertades y de la dignidad del ser humano en todo el mundo. Este es el gran papel que ha de desempeñar esa Europa unida, preparando el camino para unas Naciones Unidas que puedan, un día no lejano, cumplir con sus propósitos y sus principios, conforme a su Carta Constitucional, y poder, así, servir de árbitro para la solución de los conflictos y para el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales. Esta Europa de los 25, que duplica en población a la de EEUU y que es también mayor que Japón (dos países cuyas monedas -dólar y yen- más pesan en el concierto mundial), debe sentirse fuerte y responsable para desempeñar ese liderazgo mundial. Pero esto no se podrá conseguir sin lograr, antes, ese sentimiento de identidad europea (defendido en el presente y en el pasado por tantos grandes hombres y mujeres de Europa). Hoy ese sentimiento debería ser una consecuencia lógica de la unión de los pueblos europeos, derivada de esa tendencia natural de nuestro mundo hacia la integración. Lo mayor ha de incluir y comprender a lo menor respetándolo; es decir, ser europeo ha de incluir y comprender a todos los nacionalismos de Europa, en el respeto a sus peculiaridades e idiosincrasias, como propiedades diversas que colaboran a engrandecer el conjunto. Ahí está el futuro de la grandeza de Europa, comprender no sólo aquella gran verdad de que la unión hace la fuerza, sino que a la vez las peculiaridades de los diversos nacionalismos son el mejor acervo de la Europa total, lo mismo que los diversos pueblos de España son también su mejor patrimonio. En esto consiste el progreso y la evolución de nuestra humanidad, ir consiguiendo cada vez mayores cotas de integración y de unidad; lo contrario sería retroceso e involución. Por eso los nacionalismos excluyentes y egoístas -como pueden ser, entre otros, en estos momentos los de Suiza, Noruega y quizás también Gran Bretaña- son a la larga nocivos para Europa y sobre todo para esos mismos países. Es de esperar que la primera Constitución Europea sea un gran paso adelante en este sentido: profundizar en la necesidad de hacer nacer y crecer ese sentimiento de identidad europea. No olvidemos que el prestigio y el liderazgo mundial de que ha gozado EEUU de América, se debe en parte al haber conseguido esa integración de todos sus estados y haber generado un sentimiento de identidad americana. Es un sentir general de los europeos, creo, que sólo es posible conseguir un mayor bienestar (económico, social, cultural y estrictamente humano, sino no hay verdadero bienestar) a través de la unión de los pueblos; y así ha de ser, a pesar de las dificultades que lleva consigo todo proceso de integración. A nadie deben desanimar esas dificultades, ya que son inherentes al proceso mismo. Sólo habrá que estar atentos para que los egoísmos cedan paso a la solidaridad, y los nacionalismos encuentren su integración en la totalidad. Nuestro país, debido a ese pasado marginal y poco europeo que hemos padecido durante tantos años, quizás deba hacer un esfuerzo, en este sentido, para hacer nacer ese sentimiento de identidad europea, que ha de comenzar en la primera etapa de educación de los niños. No deberíamos olvidar que lo que España es hoy, se lo debe en parte a su integración en la Unión Europea. Seamos, pues, agradecidos, responsables y consecuentes con esta realidad histórica. 1396927554

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