Diario de León

TRIBUNA

El ideal quijotesco como identidad

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EL SOÑADOR don Quijote siempre estuvo entre nosotros, acompañado de su práctico escudero Sancho. Ambos caballeros andantes están enraizados a nuestra cultura más honda. Tanto es así que son parte nuestra, los llevamos consigo, como si fuesen de la familia. Todos estamos representados en sus almas, en el pensamiento célebre que nos ha donado, para pensar profundo y soñar alto. Bienvenidos, pues, los cultos de aniversario. Un tipo universalista y errante como él, después de su cuarto centenario de vida, merece bautismo de recuerdos, confirmación de memorias, penitencia de impenitente, mesa de brindis, y hasta unción devota, por saber retirarse a tiempo de batallas inútiles, confesando al confesor: «No huye el que se retira; por que has de saber, amigo Sancho, que me he retirado, no huido; y en esto he imitado a muchos valientes, que se han guardado para tiempos mejores, y de esto están las historias llenas». Nuestro don Quijote de la Mancha es patrimonio universal y hacienda de valores, referente y referencia, de todo tiempo y para todas las edades; obra emblemática de la literatura y uno de los textos más traducidos en el mundo. A su lado, se descubre la verdad, el valor en su medida, la esperanza trascendente, porque el hombre es el único ser que posee historia y que la hace con sus lances y deslices. El famoso hidalgo, de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, se lanzó en busca de nuevos mundos y se armó de caballero, para digerir todo tipo de sensaciones, tanto las mieles de las aventuras como las hieles de las desventuras. Su vida es una creación continua y una recreación de libertades. No se resigna a soportar una realidad negativa, levanta vuelo a cada caída y prosigue el camino. Hora es de decir, porque la justicia lo pide, que don Quijote no se resigna a sufrir la historia. Se sabe llamado a realizarla, a darle vida, injertando en ella la fuerza de su corazón, que le hace capaz de dominar horizontes de españolidad. Esta actitud del caballero de la triste figura, siempre activa ante la vida, demanda todo tipo de resistencias estéticas, también la espiritual, a través de sus trascendentes mensajes éticos. Sus movimientos fraternizan y sus corrientes, lejos de atizar desaires, armonizan. Nadie queda excluido en la obra cervantina. Tal insigne padre de la criatura, Cervantes, fusiona lo culto y lo popular, desde una visión de encuentros y reencuentros, a lomos de Rocinante, siempre dispuesto a «desfacer agravios, enderezar entuertos y proteger doncellas». En todos los ámbitos suelen citarse a menudo frases lapidarias de Miguel de Cervantes. Siempre ha estado vivo. Su ingenio educa para toda la eternidad, y su agudeza reeduca en perpetuidad. Don Quijote es una persona agradecida, considera que «la ingratitud es hija de la soberbia». La enseñanza no puede venir más a dedo para los tiempos presentes. Hacen falta un batallón de personas honradas y rectas, capaces de reconocer humildemente todo el patrimonio de bien que ha recibido cada cual, poniéndolo a disposición de los demás. Ciertamente, los tiempos que vivimos no favorecen a darse sin letra de cambio. La atmósfera del capitalismo que nos domina, con su viento de esclavitud, es tan ancha como la Castilla que vio el justo don Quijote. Su laberinto de injusticias ha aportado grandes beneficios a unos y pobreza a otros. Nos ha endemoniado el ansia del dinero cual víboras rastreras. El hombre postmoderno necesita de un idealista para retornar a la verdad y a los valores, a la esperanza y a la lucha por ser persona. La doctrina del Quijote, más que adoctrinar, adiestra para la vida. Tampoco ha perdido actualidad su instrucción. Necesitamos luchar por ideales quijotescos, salvar al mundo de nuestras caídas, lejos de nuestras cuitas, transformarlo en una rueda de gozos, goces de libertades; y en un monte, manto de bondades. Quizás precisemos también la furia del caballero, revolverse frente a los obstáculos, aunque nos engañen las barreras y nos desengañen los hombres. El sentimiento de rectitud de don Quijote en defensa de los débiles y contra los poderosos, insta a un diálogo compartido para salir adelante, respetando y valorando la pluralidad y la diferencia de culturas, pero tendiendo siempre a unir, no a dividir; que el dividendo de la paz, es igual al divisor del amor, por el cociente de la entrega, sin dejar resto alguno para sí. Donarse todo en todos, quita penas y no parte. Por ello, aunar la dimensión cultural del evento con el desarrollo sostenible de distintas regiones, de toda España, porque él españolizaba, es como seguir los pasos del ingenioso trotador de espacios. Desde luego, todos llevamos algo de este ilustre tan querido, dispuesto a encauzar desde la ecuanimidad el cauce de las sinrazones. Si ayer eran molinos de viento los trepas en pie de guerra, hoy son potentes aspas de egoísmo, imponentes torturadores e impertinentes charlatanes de feria, los que nos acosan y acusan. Es menester, por consiguiente, que todas las autoridades de todos los gobiernos, posean autoridad moral creíble, que digan basta al hambre, a la guerra, a las mafias, a las grandes corrupciones. Lo demás son pamplinas en vinagre. Es cierto que don Quijote camina por la piel de toro, está hecho de la misma epidermis, pero faltaríamos a la verdad sino dijésemos que marcha más sólo que la una. Lee mucho y anda más, muy pocos secundan sus ideales, alzan su valor, realzan su antorcha de ideas, enaltecen su voz neutral, tan fuerte como un rompeolas y tan amorosa como una ola. El cuarto centenario -¡albricias!- invita a acompañarle y a dejarnos acompañar.

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