Vista y al toro

QUIENES se dedican a arbitrar la convivencia debieran aprender a convivir. Algunos, además de llevarse lo que pueden, aunque sea una póliza de seguro, se llevan muy mal entre ellos. No hay día sin trifulca y aunque estos espectáculos amenicen la vida española, no hay por qué convertir el Congreso en un anexo de Tómbola, ni en un remedo de la Pasarela Cibeles, con un desfile de caballeros deprimidos. Lo peor es que, después de obsequiarnos con esos espectáculos gratuitos, no se dan por descontentos y prefieren seguir dándonos la tabarra. Cuando terminan de pelearse nos explican por qué se han peleado. Rubalcaba acusa al PP de «echarse al monte» y pone cara de conejo. Mientras, Zaplana acusa al PSOE de ciertos paralelismos con las dictaduras y pone cara de escultura del Museo de Cera. En lo único que están unidos, ya que si no estuvieran de acuerdo el pueblo español los correría a gorrazos, es en la lucha contra el terrorismo y para demostrarlo el ministro del Interior llamó a Mariano Rajoy informándole de los atentados en las gasolineras, que mejoraron mucho los atascos de Madrid. Se demuestra la certeza del eslogan del poeta Nicanor Parra de que «la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas». Y hablando de uniones, los únicos que están dispuestos a lograrla de verdad son los toreros. La campaña antitaurina arrecia. El viento, que como sabe cualquier aficionado es el peor enemigo, ya que hace volar capotes y muletas, sopla desde Cataluña. Basta observar los mofletes de Carod -Rovira. ¿Por qué nos quieren quitar algo que nos gusta? Ir a los toros no es obligatorio. Ignoran que «la plaza es una sed, una rotonda...», como en el verso de José María Fernández Nieto, y que España ha bebido siempre ahí. Los toreros piden a los partidos un pacto de Estado en defensa de la Fiesta, embestida por los aguafiestas de siempre, pero los políticos están muy ocupados en sus disputas y no tienen tiempo para escuchar clamores populares. El Congreso está revuelto. Hay bronca en los tendidos.