Diario de León

A CAMPANA TAÑIDA

Justa indignación

Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU
León

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POR DUROS que hayan sido los discursos de los representantes de las víctimas del terrorismo en la Comsión del 11-M, tenían derecho a hablar alto y claro, aunque Sus Señorías tuvieran que meterse debajo de la mesa. Cuando se pasa por lo que los familiares han pasado, el 11-M y antes a manos de ETA, tienen todo el derecho a hablar, a decir lo que sienten, a censurar el uso partidista de las tragedias que los han azotado y marcado para toda la vida. A enfadarse con justa indignación. Y a que los parlamentarios, que representan a la nación, aguanten el chaparrón y su enfado, cara a cara. Por una vez, no escurrieron el bulto, cosa muy frecuente en los que mandan y han sabido aguantar a pie firme. Pues eso, que saquen las lecciones pertinentes, todos sin excepción. Incluso el diputado Olabarría, del PNV, quien con un cinismo inadmisible, distinguió entre unas víctimas y otras. En el País Vasco llevan mucho tiempo enterrando, junto con las víctimas, los derechos y los sentimientos de sus familiares. Olabarría dio una prueba del fundamentalismo que reina por aquellos pagos, vino a decir que está mal protestar por los muertos de ETA. La Historia pone a cada cual en su sitio, y a los virtuosos de la equidistancia, con sotana o sin ella, les pondrá -en algún caso ya les ha puesto- en el que les corresponde, bien poco honorable, por cierto. En la misma comisión, el día 13, compareció Zapatero. Cinco horas de interrogatorio y nueve de juegos florales con todos los demás para atacar al Partido Popular y a su anterior gobierno. No convenció más que a los convencidos y ya no merece su intervención más que un solo comentario: los diputados y los periodistas -que no son de León- se sorprendieron de que se hubiese quitado la careta, que desapareciese la apariencia de «Bambi», que se le borrase la sonrisa y mostrase a las claras su jacobinismo, su obsesión por acabar con todo el PP, no sólo con Aznar. Pero para los que vivimos en León, Zapatero no es una sorpresa. Le hemos conocido en 20 años de actividad política y sabíamos lo que se esconde tras su sonrisa y su fingido talante, el lunes definitivamente enterrado. Lo que no ha podido enmascarar es que no tiene proyecto de gobierno, aunque lo disfrace de polémicas y de rectificaciones. En eso es muy experto, en gobernar no, porque no sabe. Hace algunos meses, en una tribuna de este mismo periódico dije que empezaba a ver en él signos precoces del «síndrome de La Moncloa». Fundamentalmente, el alejamiento de los ciudadanos. Ahora llega el momento de decir por qué. En mayo comenzó a prepararse el sencillo acto conmemorativo de los 25 años de la Facultad de Derecho, en la que él estudió y en la que fugazmente enseñó. Se acordó pedirle que lo presidiera. En tal caso, él fijaría la fecha. Pues bien, no hubo manera de que ni su jefe de gabinete se pusiera al teléfono. No vino porque no le dio la gana. Si el día fijado «in extremis» -13 de diciembre- coincidía con su comparecencia en la Comisión, se hubiera cambiado, claro está. Pues ni vino ni dijo nada. ¿Por qué le gusta rodearse de catedráticos, profesores e intelectuales, y rehúsa venir a compartir unas horas con quienes le conocimos ya de estudiante? Que cada cual piense lo que quiera.

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