Diario de León

TRIBUNA

Los jóvenes y la educación

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LOS GRAVES problemas que son habituales en muchos jóvenes, hoy día, como el alcohol, las drogas, la violencia, el acoso escolar, la conducción irresponsable, etcétera, están creando situaciones verdaderamente dramáticas en muchas familias con repercusión en toda la sociedad. Hasta el momento parece que no se ha encontrado la solución adecuada, pues mientras unos los achacan ingenuamente a la edad, otros intentan corregirlos mediante leyes, decretos y normas externas, y los hay que reconocen no saber qué hacer al respecto. En mi opinión, toda esta situación muestra la grave desorientación que sufre nuestra sociedad en materia educativa. La educación convencional imperante en la actualidad es incompleta y bastante trasnochada, no sirve para orientar al niño y al joven por los derroteros trazados por el mundo del tercer milenio. Grandes sectores de la humanidad están demandando a gritos un cambio en las estructuras dominantes, tanto en el campo político y económico como en el cultural y educativo. En este último deberían saber los que gobiernan que es necesario un cambio en profundidad que afecta a toda la sociedad, comenzando por los padres en relación a sus hijos y continuando con los educadores y los medios de comunicación social, en especial la televisión y el cine. La pauta a seguir la dan los grandes pedagogos y educadores. Así el sueco Frans Carlgren, hablando de los problemas de la pubertad, dice: «Todo relato de las causas de la corrupción criminal y otras graves depravaciones sociales suele ser una historia del descuido de predisposiciones elementales que no han recibido una dedicación suficiente; por regla general se trata de falta de contacto anímico con el entorno más próximo durante la más tierna infancia». Viene a decir F. Carlgren que la falta de una educación adecuada en la familia, desde los primeros años, es la causa de la mayoría de los graves desvaríos y de la irresponsabilidad que padecen tantos jóvenes. Y bien es sabido que, si no se conocen las verdaderas causas de un problema, no es posible solucionarlo. Al parecer no hay aún en nuestra sociedad -ni en los ciudadanos ni en los responsables políticos-una conciencia y un conocimiento claros de las verdaderas motivaciones de ese comportamiento habitual de muchos jóvenes. El gran educador y polifacético R. Steiner hablaba ya, en 1924, de la importancia de educar lo anímico en los jóvenes, es decir, el aspecto emocional y mental, y no sólo lo físico y lo puramente racional. Una educación en este sentido está aún ausente en la mayoría de las aulas y de las familias, a pesar de lo mucho que se habla hoy de la necesidad de una educación de las emociones, de una educación integral, de toda la persona. Mucho queda por hacer en este campo, pues la mayoría de las leyes y normativas de educación son insuficientes. No se sabe o no se tiene el coraje necesario para reconocer la ausencia de una educación integral que alcance a todas las facetas del ser humano, que considere al niño como un ser que tiene que encontrarse a sí mismo, mediante la libertad, la reflexión y la responsabilidad en un entorno adecuado, en el que sea posible satisfacer las dos necesidades elementales de todo niño: la de imitar y la de tener una autoridad. Todo educador -sea padre o profesor- debe saber que el niño en la edad preescolar siente una gran necesidad de imitar, y posteriormente necesita tener una autoridad a quien admirar. Por eso dice el citado F. Carlgren que «tener ejemplos que imitar en la edad preescolar y autoridades que admirar en la edad de la enseñanza primaria, serían necesidades profundamente arraigadas y latentes en todo ser humano, y que deberían ser satisfechas durante la infancia si no se quiere que los niños padezcan para el resto de su vida la manía de imitar y la falta de crítica». De esa forma el jov en podría evitar la tendencia y el peligro de imitar modelos antisociales y de admirar autoridades huecas y falsas. Hasta aquí es preciso ahondar si se quiere comprender el verdadero significado de esa rebelión constante de muchos jóvenes que lleva a algunos de ellos a ese infierno que les origina, a veces, la muerte, porque no tuvieron -a su debido tiempo- el ejemplo y el modelo a quien imitar ni la autoridad responsable a quien admirar. Puede resultar algo duro oír estas afirmaciones, pero es una realidad que puede constatarse en la vida de la mayoría de los jóvenes que caen en la trampa del alcohol, la droga, la violencia, el acoso escolar o la conducción irresponsable. Del análisis de estos hechos se desprende que la solución a estos problemas no es de hoy para mañana, ya que requiere cambios profundos en casi toda la sociedad. Quizás por ello la sociedad en general es reacia a reconocer abiertamente esos hechos y no acierta con la única solución que parece posible: una verdadera educación en la familia y en la escuela. Los padres, los educadores y los responsables políticos han de recuperar la autoridad moral perdida y ser los modelos a imitar por los niños y los jóvenes. De lo contrario los graves problemas de la juventud seguirán presentes en nuestras vidas. Volviendo a los grandes educadores y pedagogos, ellos nos recuerdan que si queremos educar bien a nuestros hijos, primero tenemos que educarnos a nosotros mismos, pues -según reza un viejo aforismo- nadie da lo que no tiene. Alguien dijo: «Para encauzar a un niño por la senda que debiera seguir, viaje usted por ella de vez en cuando». Y aquí radica el verdadero problema: ¿Quién educa al padre y a la madre? ¿Quién educa al educador? ¿Quién educa a los poderes públicos? Una buena reflexión para un comienzo de año.

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