Diario de León
León

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SI CREES lector que la vida es sólo ruido y furia, como sentenció Macbeth, déjame que te cuente una hermosa historia, ahora que acabamos de conmemorar el final de la guerra de Vietnam, y este fin de semana recordamos la liberación del campo de concentración nazi de Mauthausen. Nos habla de la fotografía más famosa de dicha contienda, la de esa niña vietnamita que corre aterrada, desnuda, tras un bombardeo. Ya he escrito alguna columna sobre Kim Puck, a quien se conoce como «la niña de la foto». Tenía seis años cuando se produjo el ataque que arrasó su pueblo. Sufrió numerosas quemaduras en el cuerpo, cuya curación fue tan dolorosa que caía desmayada en las sesiones. Creció abrasada por su propio odio, condicionada por el horror vivido. En Cuba tuvo una bondadosa familia de acogida. Pero la llamarada que llevaba dentro sólo pudo ser apagada con otro fuego: el cristianismo. Se ha dedicado a llevar consuelo a los soldados estadounidenses que participaron en aquella contienda. Hace décadas creó una fundación dedicada a ayudar a las víctimas de la guerras, y la Unesco la nombró embajadora. Dijo en una entrevista: «pude cambiar el significado para mí de lo que sucedió y puedo vivir con alegría, paz en mi corazón, esperanza y perdón». Las mejores historias son épica secreta, nos muestran los verdaderos pilares del mundo. Según Napoleón «los crímenes colectivos no comprometen a nadie». No es cierto. Comprometió a Kim Puck, aunque con las causas más nobles. Sólo se sobrevive mediante el amor, ayudando a otros. Es la regla secreta y ancestral de la supervivencia.

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