Diario de León
León

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LA PENOSA actuación de Carod Rovira en Tel Aviv es la punta del iceberg de su banalidad. Pero no sólo de la suya. Se negó a participar en un acto homenaje a Isaac Rabin, víctima mortal del fanatismo, porque al lado de la bandera española no figuraba la senyera. Hasta ahí, todo normal, es decir, en la línea de la petulancia característica del personaje. Pero es que Artur Mas ha definido de anécdota la polémica y dice que lo grave es que la Generalitat no exigió que ondease la bandera catalana. Como no podía ser menos, el Gobierno de Israel ha protestado porque se utilizase un acto solemne para polemizar sobre asuntillos internos de segunda división. Vaya embajadores de lo suyo. El acto homenaje era lo de menos; les sacas de la fronterita y se pierden. Lo mismo preguntaron dónde se podía comer butifarra. Ojalá pudiéramos reducir la noticia a chiste y tomárnosla a broma, pero sería reírse de que el mono ha agarrado dinamita, cerillas y corre hacia nosotros con una inquietante mueca. Lástima que no podamos salir huyendo de este lidercillo. Nuestra esperanza es que no acierte a encender la mecha. Cuando un nacionalista fanático pierde el sentido del ridículo termina reivindicando un planeta para él solito. Lo de la foto posando sonriente con una corona de espinas fue zafio y vil. De tanto reclamar un futuro está adentrando a Cataluña en la prehistoria. ¿No le regañará la señora al llegar a casa? El mono tiene la dinamita, las cerillas y, todo el mundo al suelo, mucha mala leche. ¡Mi reino por un domador!

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