Diario de León

LA VELETA

Inmigracióne hipocresía

León

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¿NOS PUEDE suceder en España algo parecido a lo que está pasando en Francia con los hijos y los nietos de los inmigrantes que llegaron en los años 60 y 70? Los problemas ya e extienden por Bélgica y Alemania. Es un grito desesperado contra la marginación y contra una sociedad que no da respuesta a los problemas reales de muchos ciudadanos, pero también es una protesta dirigida, instigada, que puede convertirse en una llamarada que nos afecte a todos. Nuestra inmigración es, todavía, muy reciente como para vivir el mismo problema, aunque no hay que descartar algún efecto reflejo. Pero el mal francés nos debería servir de lección para analizar el fenómeno, actuar sobre él y crear las condiciones adecuadas para que no suceda una explosión como esa. De repente, en apenas cuatro o cinco años, la inmigración se ha multiplicado de manera muy fuerte en España y, aunque hay una buena parte de esos recién llegados que comparte lengua y cultura con los españoles, lo que ayuda a su integración, otros muchos son de orígenes, culturas, lenguas y proyectos de vida muy diferentes. Vienen a hacer los trabajos que los españoles no quieren hacer y, aunque tienen miles de problemas, también disfrutan de algo de lo que carecían en su lugar de origen: desde una asistencia sanitaria para la que no se pide ningún papel, hasta una esperanza de futuro. Pero si no se integran en nuestra sociedad, si no les facilitamos el acceso al trabajo, si no evitamos guetos, si no cuidamos la integración de sus hijos en las escuelas, en las escuelas, con profesores especializados y en número suficiente, acabaremos teniendo el mismo problema. No es fácil, porque una cosa es la teoría y otra la práctica. ¿Un ejemplo? Muchos «progres» de bolsillo están criticando la campaña emprendida por el Ayuntamiento de Madrid, en línea con otras iniciativas como la de Barcelona, para denunciar a los clientes de las prostitutas. Cientos de miles de mujeres, la mayoría inmigrantes sin respaldo y sin derechos, son utilizadas cada día por 900.000 hombres que trafican con su cuerpo y que producen unos ingresos a los proxenetas y a los «empresarios» del sexo de más de 3.000 millones de euros anuales. Estos «señores clientes» contribuyen directamente a la explotación y a la marginación de mujeres indefensas que prostituyen su dignidad a cambio de dinero. Muchos de los que defienden los derechos de los inmigrantes miran hacia otro lado cuando se habla de la prostitución. Es la hipocresía de la sociedad occidental, «libre y digna», contra la que también se alzan los desarraigados, los despreciados, los excluidos y los marginados. Si yo fuera una de ellas, entendería que mis hijos se levantaran contra el europeo indigno y explotador.

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