Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

Un PGOU con muchas pegas

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HABLAR de urbanismo o de ladrillos en Ponferrada es algo así como un concierto para sordos. Hay pruebas palpables de ello en los últimos años, y el debate abierto sobre la modificación del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) es una más. Al final preludio que habrá una mutación del planeamiento por vía de urgencia y entre sospechas de todo rango. Porque el alcalde de esta ciudad está más preocupado de los jirones de imagen que se pueda dejar en el proceso, con las elecciones municipales a año y medio vista, que en recoger realmente las demandas razonables de barrios, sectores sociales y colectivos profesionales. Yo tampoco me creo que a estas alturas no exista en algún cajón de la casa consistorial un documento, como poco orientativo, de las líneas maestras de la Ponferrada de la próxima década; bolsas de suelo, nuevos ejes viarios o infraestructuras básicas para el desarrollo de la capital berciana. La empresa contratada para la realización del estudio ha tenido ya tiempo de sobra de presentarlo. Desde esta óptica, me resulta igualmente estéril que a muchos colectivos ciudadanos, políticos o empresariales, el «urban-tour» de Riesco para recolectar propuestas sin ningún tipo de referencia. Lo más lógico sería que esta ronda se efectuara una vez que el Ayuntamiento dispusiera del estudio encargado a no se qué consultora, adicionalmente al plazo legal de alegaciones que se abrirá al hilo de la aprobación inicial de la revisión. Pero hechas estas consideraciones, soy capaz de colocarme también en la posición del regidor de la plaza, resabiado por la respuesta que en procesos de distinto calado urbanístico ha recibido la gestión del equipo de gobierno. Salvo raras excepciones, no creo que entre quienes reclaman justamente un proceso más transparente en la revisión del planeamiento exista un interés preponderante por aportar ideas interesantes, sino más bien por bloquear con total intencionalidad política la aprobación de una adaptación que sea como sea no va a contentar a todos. El debate de estas semanas en torno al renovado PGOU no creo que haya servido para aclarar qué será de los terrenos de la antigua montaña de carbón, de los cedidos por Endesa en torno a Compostilla; ni siquiera donde se emplazará la futura terminal del supuesto tren de alta velocidad, porque más allá de la «borrajeta» de Cascos tampoco se ha conocido mucho después de año y medio de gobierno socialista. En cambio, sí que ha servido para reabrir la fea cicatriz que recorre el espinazo de la sociedad ponferradina entre las gentes de excesiva buena fe y quienes miden la racionalidad de todos los proyectos en términos exclusivos de afinidad política y enconamientos personales. La mesa en la que deberían someterse a examen largo y tendido las propuestas para definir la Ponferrada del segundo decenio del siglo XXI debería estar más repleta de técnicos y especialistas locales, que de pequeños oligarcas encabronados, vecinos mal avenidos y políticos convertidos en pésimos jugadores de póquer. Pero eso no sería entonces Ponferrada, sería el paraíso.

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